Los socios de Pedro Sánchez son, en efecto, unos hipócritas. Hoy afirman que lo siguen respaldando porque, según ellos, no se ha demostrado la financiación ilegal del PSOE. Pero todos sabemos que, cuando finalmente salgan a la luz las pruebas, encontrarán una nueva excusa para justificar su apoyo. Siempre lo hacen. La mancha se ha tapado momentáneamente, pero sigue ahí, latente, como una herida que no cicatriza.
Cuando el presidente afirma que como capitán del barco que se hunde debe mantenerse al timón porque hay mala mar, en realidad está reconociendo, de forma indirecta, el caos y la fragilidad de su gobierno. A pesar de ello, se ha atrincherado en La Moncloa, decidido a resistir a toda costa, incluso si para ello debe arrastrar consigo a todo un país. Nadie, por ahora, parece tener la fuerza o la voluntad para echarlo.
Mientras tanto, sus socios le irán pasando la factura más cara posible. Y él, con tal de seguir en el poder, pagará sin rechistar, aunque el precio lo acaben asumiendo todos los ciudadanos. En el fondo, esos socios actúan como encubridores de la corrupción: callan, miran hacia otro lado y negocian su silencio a cambio de poder o prebendas.
No convoca elecciones generales porque sabe que las perdería. Y ese miedo, el miedo a que la ciudadanía le retire su confianza, es lo que lo mantiene aferrado al cargo, por encima de cualquier ética política.