Coincidencia natalicia
El columnista de El Debate, Florentino Portero Rodríguez, y yo -Ramón Palmeral- compartimos algo tan trivial como simbólico: nacimos un mismo 7 de mayo, aunque en años y lugares distintos. Él vino al mundo en Madrid en 1956, nueve años después de que yo lo hiciera en Piedrabuena (Ciudad Real), en 1947. Nunca nos hemos visto ni intercambiado palabra, pero confieso que me gustaría conocerlo, por simple curiosidad cronológica, como quien busca entender qué hilos invisibles enlazan vidas que jamás se cruzaron. Es decir, que los dos somos Tauro según el horóscopo.
Sigo sus artículos con atención y aprecio —esa erudición sobria, pulcra, tan propia de quien ha leído más de lo que uno imagina—. Florentino escribe de historia, política y geoestrategia con un pulso firme; yo, más modesto, escribo en Nueva Tribuna sobre arte en Alicante, territorio donde la luz tiene tanto de estética como de emoción. Admito que mis conocimientos históricos son menores que los suyos, pero en seguridad aeroportuaria y temas militares, quizá yo lleve alguna ventaja.
Su biblioteca, sin duda, supera a la mía. No solo en volumen de libros, sino en densidad: la suya debe oler a ensayo, a tratado, a historia universal; la mía, más modesta, se inclina hacia el arte, la poesía y algún manual técnico. Sin embargo, coincidimos en un título esencial: El Quijote. Ahí sí nos encontramos, hombro con hombro, ante la misma llanura manchega, siguiendo a ese caballero que cabalga entre la razón y el delirio, del que yo he escrito varios libros.
Y hay otra coincidencia que me alegra descubrir: ambos amamos las ilustraciones de Gustave Doré. Tal vez porque, en sus grabados, el sueño se hace imagen, y lo imposible cobra cuerpo. Doré logró lo que todo lector querría: ver al Quijote tal como lo imaginaba el dibujante francés.
Así que, aunque Florentino y yo no nos conozcamos, compartimos más de lo que parece: una fecha, un libro, un artista y una mirada sobre el mundo. Quizá algún día coincidamos —en papel, en you tube o en persona— y podamos celebrar, con una sonrisa, que la casualidad también tiene vocación de encuentro.
¡Un abrazo!
Ramón Palmeral
