Nuestro barrio [de Benalúa en Alicante] ha sido cuna de prolíficas personalidades, su ambiente
ilustrado, sus dotaciones culturales, y la armonía que se vivía en las
calles, era el caldo de cultivo perfecto para que de allí brotaran
algunos de los nombres alicantinos más importantes del Siglo XX.
Como a continuación veremos, el ambiente del barrio pudo ser tan
importante que hasta influyó en el carácter de un escritor ilustre
alicantino, como fue
.
Su vida triste y monótona, de empleo en empleo, fue paliada con un
mundo mágico de espléndida belleza trasvasada en relatos, cuentos y
novelas, claramente influidos por la nostalgia y la melancolía con la
que añoraba su ciudad natal, su barrio y sus vivencias de niño.
Retrato-dibujo del escritor Gabriel Miró reproducido en el libro "101 Hijos Ilustres del Reino Valenciano".
Fotografía
de la placa conmemorativa de su nacimiento, en la calle Castaños 20
(ahora restaurante Nou Manolín y antes Bolsos Montserrat). Cortesía de
Elkiko.
Nació en el seno de una familia conservadora y católica, en Alicante el
28 de julio de 1879,
y vivió los primeros años de su vida en la Calle Castaños, donde hoy
una placa conmemorativa recuerda este dato. Apenas cinco años después,
arrancaban las obras del Barrio de Benalúa, siendo su padre, el
ingeniero de Obras Públicas
Juan Miró Moltó (casado con
Encarnación Ferrer)
uno de los
doscientos accionistas,
pues adquirió un título que le daba derecho a una de aquellas nuevas y
preciosas casas lejos del entonces agitado y denso centro urbano.
La vivienda original
donde vivió la familia de Gabriel Miró, en el chaflán de la placeta
-Foglietti con Pérez Medina-, al trasladarse a Benalúa en cuanto se
construyó el barrio. Fotografía cedida por Elkiko.
Los hermanos Juan y Gabriel Miró.
Gabriel Miró, según el historiador Vicente Ramos (su mejor biógrafo),
sintetizó en su carácter lo que es nuestra provincia, puesto que en su
espacio vital y anímico confluyeron la ciudad barroca, religiosa,
tradicional, que es Orihuela, donde nació su madre, con la ciudad
industrial, técnica, progresista, Alcoy, donde vino a la vida su padre.
A todo esto se unió que nació en Alicante, entonces una ciudad
eminentemente marinera, de cielos azules y de sol resplandeciente.
Durante la vida de Gabriel, Vicente Ramos recuerda que donde vivía el
escritor se disfrutaba de un horizonte limpio, abierto al mar, sin
límites, que le empujó espiritualmente hacia nuevos ámbitos estéticos,
hacia el Mediterráneo. El mar fue la puerta que le abrió el alma hacia
la cultura clásica, hacia un origen griego y latino.

Y
esto es cierto: su casa estaba en una posición privilegiada, en el
chaflán entre la calle Pérez Medina y Foglietti, frente a la plaza,
junto al casino (y posteriormente, el Salón Granados), gozando de unas
estupendas vistas. Al asomarse al balcón, podía ver el mar al fondo de
Pérez Medina, así como
el chalet del que sería su gran amigo, Óscar Esplá. Si miraba al frente, podía ver los árboles, y el templete de la placeta.
Gabriel Miró, de niño, pintado por Lorenzo Casanova.
Gabriel era un niño de carácter retraído. Vivió junto a sus padres y
su hermano mayor, Juan, los primeros años de su infancia en Benalúa. En un primer momento estudió con el maestro
D. Marcelino y con su tío, el pintor alicantino
Lorenzo Casanova.
Allí nació su vinculación con el arte.
En la academia de su tío aprendió la estética de la pintura. Le
emocionaba el color azul en todos los matices, al ser el color del cielo
de Alicante.
Posteriormente ingresó a los diez años como alumno interno entre 1887 y 1892 en el
Colegio de los Jesuitas Santo Domingo en Orihuela,
junto a su hermano. Podemos imaginarlo cuando iba o volvía, quizá una
vez al mes o incluso menos, a aquella ciudad, subido en el tren de vapor
que salía desde la maravillosa
Estación de Benalúa, junto a la
playa del barrio.
Gabriel Miró, pintado por Adelardo Parrilla, en su casa de Benalúa.
Su estancia en el colegio se tradujo en una profunda melancolía y
añoranza de su hogar y de su madre, que caló hondo en su ánimo y en un
inexplicable reuma de su rodilla izquierda.
Allí aprendió a amar la naturaleza, y le concedieron su primer premio literario con un trabajo de redacción escolar titulado
Un día de campo.
Al enfermar de su rodilla, quizás por hipocondría, pasó largo tiempo en
la enfermería del colegio, marcando esta larga estancia uno de los
episodios que más influyó de forma decisiva en su prosa. Desde allí pudo
contemplar el paisaje de la huerta oriolana, y sus costumbres y
detalles que posteriormente quedaría recogida en su obra.
Su delicado estado de salud movió a sus padres a trasladarlo de vuelta a Alicante con doce años, y matricularlo en el
Instituto de Enseñanza Media de Alicante, del que fue expulsado en numerosas ocasiones. Después marchó con su familia a Ciudad Real, como reflejará en su novela
Niño y grande; allí terminó el bachillerato.
En Octubre de 1895 entró a estudiar
Derecho en la
Universidad de Valencia. A
causa de sus amistades, no se centró lo suficiente en sus estudios por
lo que al finalizar el segundo curso, sus padres decidieron trasladarle e
ingresarle en la Universidad de Granada donde se licenció en
1900.
Al finalizar sus estudios, volvió a Alicante, a la casa de sus padres,
en el barrio donde vivió de pequeño, por tratarse de un lugar tranquilo,
apartado y silencioso, donde dio inicio a su prodigiosa carrera de
escritor, dedicado por entero a la lectura de los clásicos castellanos.
Miró era objeto de admiración y respeto por parte de sus contertulios en
el
Ateneo Senabrino, donde se fraguó su su afinidad con
Óscar Esplá, con
Francisco Figueras Pacheco, y con los que se reunían en aquella Zapatería de los hermanos Senabre.

Debido a la precaria situación económica en la que se encontraba decidió
presentarse a unas oposiciones a Judicatura, con el deseo de complacer a
sus padres. Pero fracasó en las dos convocatorias y pasó a ocupar
cargos modestos de escribiente en el Ayuntamiento de Alicante y en su
Diputación provincial. Aquí comenzó su existencia gris, de pobres
empleos mal remunerados.

También
desempeñó el cargo de oficial en el Hospital Civil de San Juan de Dios;
del que no estaba muy entusiasmado. Posteriormente desempeñó las
funciones de auxiliar administrativo de la Junta de Obras del Puerto y
secretario particular del Ayuntamiento de Alicante.
Gabriel Miró y su familia en 1915
En 1901, a los veinticuatro años contrajo matrimonio con una chica del barrio de la que se había enamorado: Clemencia Maignon, hija del Cónsul de Francia en Alicante, de cuyo matrimonio nacieron sus hijas Olympia (1902) y Clemencia
(1905). Los primeros años de su vida en pareja los vivieron en el piso
superior que se había añadido a la casa de sus padres, que lo
acondicionaron como una vivienda aparte.
Fue entonces cuando escribió su primera
obra, La mujer de Ojeda (1901), que fue tachada por el escritor de muy
naturalista y la eliminó de sus obras completas.
Posteriormente, parece que se fueron a
vivir a un chalet propio, al final de la Calle Foglietti, junto al
puente por el que entraba el Tranvía al barrio, donde hoy una escueta
placa recuerda su figura, sin aportar muchos más datos. Durante los
veranos (probablemente en su etapa como soltero) disfrutaba de la calma
de la alejada Finca Benisaudet, hoy en un estado lamentable junto a la
Gran Vía, próxima al Parque Lo Morant.
Chalet donde pasaba los veranos Gabriel Miró, en compañía de Daniel Bañuls. Fotografía de Alicante Vivo.
Su primera novela fue La mujer de Ojeda, y su segundo libro Hilván de escenas.
Abandonó la profesión de abogado para dedicarse a escribir novelas y
preparar artículos periodísticos, pues deseaba vivir tranquilo en
Benalúa, en paz y serenidad de alma, sin anhelos de grandezas, a pesar
de los consejos dados por sus padres para que se creara un porvenir
desahogado y seguro.
En
1908 ganó su primer galardón:
el primer premio de novela organizado por El Cuento Semanal,
adquiriendo rápidamente gran fama de narrador y estilista: en ese mismo
año le dieron un homenaje varios escritores, entre ellos
Valle Inclán,
Pío Baroja y
Felipe Trigo; también en ese año falleció su padre, el mismo día en que publicaba su novela
Nómada.
Colaboró en muchos diarios y revistas españolas y americanas, entre ellas
El Heraldo,
Los Lunes de El Imparcial,
ABC y
El Sol de Madrid, y
Caras y Caretas y
La Nación de Buenos Aires.
En
1911 le nombraron
cronista de Alicante, un puesto que anhelaba, pero el puesto no le satisfizo y tres años después, en
1914,
se trasladó a vivir a Barcelona para trabajar como empleado en la
Diputación de Barcelona. Allí trabajó como cronista de Barcelona en la
Casa Provincial de Caridad.En la ciudad condal combatió el tedio de la
burocracia realizando traducciones del francés y dirigiendo una
Enciclopedia sagrada para la editorial catalana
Vecchi & Ramos, proyecto que no se llegó a concluir pero que le satisfizo íntimamente, y entre 1914 y 1920 colaboró en la prensa barcelonesa:
Diario de Barcelona,
La Vanguardia y
La Publicidad.
Allí conoció al editor de muchas de sus novelas, Domenech.
En Barcelona escribió:
Dentro del
Cercado, Del Huerto Provinciano, Los amigos, Los amantes y la muerte,
Las cerezas del cementerio, El Abuelo del Rey, El libro de Sigüenza,
Figuras de la Pasión del Señor y
el Humo dormido.
Gabriel Miró en 1921.
De nuevo volvió a cambiar de residencia, y en
1920 se
trasladó a Madrid al ser nombrado funcionario del Ministerio de
Instrucción Pública, donde desde 1921 trabajó como empleado de la
Secretaría General Técnica del Ministerio de Trabajo. La vida en Madrid
no se le presentó como él pensaba en un principio, hasta que fue
nombrado auxiliar competente artístico y literario para la organización
de concursos nacionales, cargo que desempeñó con gran acierto hasta su
muerte.
Escribió artículos periodísticos en
ABC, El Sol y
la Nación de Buenos Aires, y colaboró con
El Heraldo y
Los Lunes del Imparcial. Preparó una monografía referente a los templos de
Santo Tomás y
San Vicente de Ávila. Tarde, pero por fin parecía que mantenía una posición notable y segura. Mientras, iban apareciendo sus nuevos libros:
El Ángel, El Molino, El Caracol del Faro, Nuestro Padre San Daniel y Niño y Grande.

Tampoco en la capital de España resolvió sus continuados problemas económicos. En
1921,
manifestó, a este respecto, que sentía el más grande y doloroso
desencanto de su vida y, en busca de la curación de su hija Clemencia,
inició sus veraneos en
Polop de la Marina.
Al año siguiente optó, sin éxito, por segunda vez al premio
Fastenrath de la Real Academia Española, con su novela
Nuestro Padre San Daniel;
en esta ocasión, los sectores reaccionarios llevaron a cabo una sucia
campaña de desprestigio y enviaron a los integrantes del jurado los
recortes de los periódicos en los que se le atacaba por sus
Figuras de la Pasión del Señor.
El 1 de agosto, el Ministerio de Instrucción Pública lo nombró
“Auxiliar, en concepto de competente literario y artístico de los Concursos Nacionales de protección a las Bellas Artes”. En
1923
la Diputación de Alicante lo nombra Cronista de la Provincia, aunque
momentáneamente sin sueldo, mientras que la de Barcelona le reclama el
fruto de los trabajos por los que ha sido remunerado, afirmando:
“No
ha entregado trabajo alguno referente al encargo que se le confió y no
se ha presentado en ocasión alguna a prestar servicio”.
Allí en Madrid permaneció los últimos diez años de su vida. En
1925 ganó el
Premio Mariano de Cavia
con un jurado constituido por José Francos Rodríguez, Gabriel Maura,
Pedro Muñoz Seca, Eugenio D´Ors y Darío Pérez, por su artículo
Huerto de cruces, en el que glosa una estampa tan alicantinista como el cementerio de Polop de la Marina. En
1927 fue propuesto para la
Real Academia de la Lengua, pero no fue elegido, quizá por el escándalo levantado ante su novela El obispo leproso, considerada anticlerical.
Gabriel Miró, paseando por tierras levantinas.
Entrevistado por César González Ruano para el
Heraldo de Madrid, en
1929,
diría al afamado periodista, al ser preguntado por sus aspiraciones a
ocupar un sillón de la Real Academia de la Lengua Española:
“Además yo no tengo espíritu académico sería un hombre inútil en la
Academia como lo he sido casi en la vida…Nadie se ocupa de mí. Yo soy un
hombre retraído, que no puede ser tema de actualidad.”
Hasta en los últimos años de su vida tuvo que sufrir las tristezas que
le proporcionaba un mundo del que no se podía apartar totalmente. Los
arañazos que la sociedad le diera los lavaba con las bondades de su
noble corazón.
En este tiempo, la familia Miró tuvo que afrontar circunstancias muy
dolorosas que comenzaron en 1919, con la pérdida de los dos hijos de su
hermano Juan. Después, vino la enfermedad de su hija Clemencia, que
marcó sus últimos años de vida, con largos paseos en sus vacaciones
estivales por Polop y la Sierra de Aitana, donde reencontró la calma al
volver al contacto con su añorado paisaje alicantino.
Comenzó a sentirse enfermo después de asistir al homenaje de Miguel de
Unamuno. Los últimos días de su modestísima vida transcurrieron en mayo
de 1930. El día 27, tras recibir la visita de un sacerdote, al que
permitió, por corrección, permanecer unos instantes en su habitación,
aunque a su salida, dijese:
“El hombre no me ha servido para nada”,
despidiéndose de todos con el nombre de la ciudad que le vio nacer y
que siempre estuvo en su corazón y en sus escritos, expiró.
Gabriel falleció rodeado de su familia, con apenas 51 años de vida, el
27 de Mayo de 1930, en
Madrid, a causa de una grave enfermedad, de la que fue intervenido quirúrgicamente sin ningún éxito.
Vinieron a despedirse de él, entre otros, Azorín, Menéndez Pidal, Pérez
de Ayala, Pedro Salinas, Ricardo Baeza, Eugeni d´Ors, Benjamín Jarnés, y
sus amigos alicantinos: Eufrasio Ruiz, Heliodoro Fuster, Óscar Esplá,
José Guardiola Ortiz, Enrique Puigcerver, Adelardo Parrilla y Federico
Madrid.
El Busto a Gabriel Miró, en la Plaza de su mismo nombre, hoy olvidado, deteriorado y descuidado.
Aunque sus paisanos reclamaron el traslado de sus restos mortales a su
ciudad natal, siguiendo sus instrucciones fue enterrado en Madrid, el
día 29 de mayo. En el segundo aniversario de su muerte, el 27 de mayo de
1932,
Don Lorenzo Carbonell, alcalde de Alicante, propuso a la corporación municipal que, como homenaje a Gabriel Miró, se erigiese
un busto
en la plaza que hoy lleva su nombre. En la sesión en la que se hizo
pública esta iniciativa, el portavoz de la minoría socialista González
Ramos proclamó su convencimiento de que el escritor no era propiedad
exclusiva de esta ciudad, sino que pertenecía a toda la provincia y,
aceptando el alcalde esta puntualización, el busto del escritor, obra
del escultor José Samper Ruiz, fue, efectivamente, sufragado mediante
aportaciones procedentes de todos los pueblos de la provincia.

En Orihuela se le erigió otro busto, obra del escultor José Seiquer Zanón, y
existe una curiosa anécdota sobre el día de su inauguración, acaecida en 1932, que está recogida en el libro
Vega Baja y da cuenta de ella su autor, Vicente Bautista. Al acto, llamado en su día
“Romería lírica a Oleza”,
acudieron, entre otras personalidades, Miguel Hernández, Ramón Sijé,
María Cegarra, Carmen Conde, su esposo Antonio Oliver y el responsable
de dirigir unas palabras a los asistentes al acto, Ernesto Caballero,
periodista y escritor que fuera uno de los teóricos del falangismo. Éste
se presentó vestido con el uniforme de falangista y durante el
discurso, que no fue de lo más acertado, se armó tal algarabía que tuvo
que presentarse la policía y terminaron todos en comisaría.
A pesar de sus méritos, Gabriel Miró no ha recibido el título de hijo
predilecto ni de la ciudad ni de la provincia, ni la medalla de oro de
la provincia de la que fue su cronista oficial. Tras su muerte, fue
incluido en la nómina de sus hijos ilustres y se designó con su nombre
la plaza en la que se ubica su busto, que, con anterioridad, se denominó
de las Barcas y cuando se cambió su nombre se llamaba de Isabel II, la
actual
Plaza de Gabriel Miró.
Su obra:Hombre sencillo, humilde
y bondadoso, Gabriel Miró tuvo un temperamento hiperestésico, una
sensibilidad exacerbada a colores, aromas, texturas y sonidos que
refleja en sus obras, de tempo lento y moroso y carácter muy lírico y
descriptivo; su estilo, muy elaborado, se halla esmaltado de palabras
castizas, arcaísmos y sinestesias.
Creador de una obra selecta y minoritaria, su prosa modélica podemos
considerarla como la más sensorial de todas las de los novelistas del s.
XX. Maestro del estilo y domeñador de la lengua, buscó en el
impresionismo poético una posible salida al callejón, en que había
desembocado el modernismo.

Enclaustrado en su vida familiar hondamente, y torturado también por su
existencia de burócrata y funcionario, Miró permaneció ajeno a las
relaciones sociales, a los grupos, generaciones y escuelas, que son las
formas en que se modeló el campo literario en su época. Seguramente le
atraía más la contemplación del mar, el paseo por el campo, la charla
con la gente sencilla de Polop, de La Nucía, de Parcent…:
“socialmente no ejerzo de escritor, por desgana y por escasez de horas”,
escribió en aquellos años. Fue una persona tan difícil de comprender
que apenas tuvo amigos. Entre esos pocos, podemos destacar a dos
alicantinos ilustres: el compositor
Óscar Esplá y
Francisco Figueras Pacheco, de su mismo barrio; el escultor
Daniel Bañuls, amigo en común con Óscar Esplá, y al escritor
José Martínez Ruiz, "Azorín". La mayor parte de la crítica considera que la etapa de madurez literaria de Gabriel Miró se inicia con
Las cerezas del cementerio (
1910), cuya trama desarrolla el trágico amor del hipersensible joven
Euss Valdivia por
una mujer mayor y presenta (en una atmósfera de voluptuosidad y de
intimismo lírico) los temas del erotismo, la enfermedad, la marginación
autóctona y la muerte.

Gabriel
Miró es uno de los escritores más originales y renovadores de la
literatura española. Su originalidad es el resultado de la fidelidad a
su propia percepción del mundo, del minucioso análisis de sentimientos y
sensaciones, y, sobre todo, es la consecuencia de su continuado
esfuerzo para encontrar las palabras que dan forma única y precisa a su
compleja manera de entender las relaciones del hombre con el mundo.
Su amigo
Óscar Esplá dijo:
"Si
el hondo fenómeno vital del universo tomara conciencia de sí mismo en
todas las cosas, su emoción de cada hora en ellas sería exactamente esa
que Miró recoge al contemplarlas".

Sus
novelas son, ante todo, la manifestación artística de los más firmes
principios de la condición humana: el amor, el dolor, el poder del
tiempo, el sentimiento y los límites de esa felicidad.
En
1921 apareció un libro de estampas,
El ángel, el molino y el caracol del faro y la novela
Nuestro padre San Daniel, que forma una unidad junto con
El obispo leproso (
1926),
cuya aparición supuso un cierto revuelo literario y social. Ambas se
desarrollan en la ciudad levantina de Oleza, trasunto de Orihuela, en el
último tercio del siglo XIX. La ciudad, sumida en el letargo, está
vista como un microcosmos de misticismo y sensualidad, en el que los
personajes se debaten entre la represión social, la intolerancia y el
oscurantismo religioso.
En
1928, publicó
Años y Leguas. A
pesar de estar bien acomodado económicamente y satisfecho con su
trabajo, recordaba cada vez con más nostalgia y anhelo su ciudad natal,
algo que emanaba de sus letras. Por ello, siempre que tenía ocasión,
marchaba a Benalúa.
En tantos viajes atravesando carreteras, caminos y barrancos, por su
imaginación iban apareciendo escenas tristes y escenas alegres de su
vida pasada. Miró, a pesar de ser un hombre sencillo, y bondadoso, no
pudo vivir ajeno a las envidias que le rodeaban.
No alcanzó el éxito indiscutible de público del que se beneficiaban
otros autores, pero tampoco pasó de puntillas como escritor. Ni su
orfebrería con la palabra ni su universo novelesco cayeron en el olvido
mientras vivió; todo lo contrario, resultaron ser elementos provocadores
que merecieron la atención de nombres de altura intelectual, sobre todo
en los años veinte. Unos le abordaron con benevolencia, otros le
denostaron.Y estos últimos parece que le afectaron más; aunque justo es
consignar que ni cedió ni acomodó su estética para obtener el aplauso
fácil. A lo más que llegaba era a quejarse.
Al año siguiente de su muerte,
Juan Gil-Albert le dedicó un libro que tituló
Gabriel Miró (El Escritor y el Hombre).
Dejaba constancia de sus visitas al domicilio madrileño del escritor
alicantino en 1928, y en sus páginas recordaba algún que otro lamento
mironiano con la crítica de su tiempo:
"Los
críticos han desvirtuado mi trabajo. Dicen que escribo con dificultad;
pero no se trata de eso: creo con dificultad. Yo necesito ver las cosas
antes de escribirlas; necesito levantarlas, tocarlas".

Bibliografía:
Se editaron dos veces unas
Obras completas de Gabriel Miró; en Madrid, 1931, por los "Amigos de Gabriel Miró" y en Madrid, 1942, en un solo volumen, por Biblioteca nueva.
- La mujer de Ojeda, 1901.
- Hilván de escenas, 1903.
- Del vivir, 1904.
- La novela de un amigo, Alicante, 1908.
- Nómada, 1908.
- La palma rota, 1909
- El hijo santo, novela corta, 1909
- Amores de Antón Hernando, novela corta
- Las cerezas del cementerio
- La señora, los suyos y los otros, 1912, novela corta
- Del huerto provinciano, Barcelona, 1912, cuentos
- El abuelo del rey, Barcelona, 1915.
- Dentro del cercado, Barcelona, 1916.
- Figuras de la Pasión del Señor, 1916 y 1917.
- Libro de Sigüenza, 1917.
- El humo dormido, Madrid, 1919.
- El ángel, el molino y el caracol del faro, Madrid, 1921.
- Nuestro padre San Daniel, Madrid, 1921.
- Niño y grande, Madrid, 1922.
- El obispo leproso, Madrid, 1926.
- Años y leguas, Madrid, 1928.
Las huellas de Gabriel Miró, hoy:
La
inquisitorial depuración llevada a cabo tras la Guerra Civil también
afectó a un grupo escolar, que había sido designado con su nombre en la
época republicana, y en abril de 1939, por resolución de la Comisión
Provincial de Enseñanza fue denominado “Víctor Pradera”, escritor
tradicionalista, cuyas obras completas fueron prologadas por Francisco
Franco; esta denominación fue mantenida por el citado colegio público
hasta mayo de 1982, y a partir de esa fecha pasó a denominarse “Nou
d´octubre”, conservando este nombre hasta el día de hoy. Actualmente
existen en la provincia tres Colegios Públicos de Enseñanza Infantil y
Primaria con el nombre del eximio escritor (uno en Alicante, próximo a
Benalúa, junto al Puente Rojo;
otro en Benidorm y
otro en Calpe), y un Instituto de Enseñanza Secundaria, desde 1964, en Orihuela (la Oleza mironiana).
En el año 2005 se estrenó la película basada en su obra,
Las cerezas del cementerio, con Concha Velasco como actriz principal
. Se
rodó en Rocafort, Alcira, Polop, El Puig, Bétera, Picaña, los Jardines
de Monforte, la playa de la Malvarrosa, la iglesia de Campanar, el Museo
del Ferrocarril, el Salón de Cristales del Ayuntamiento de Valencia, la
Estación de Algodor, en Toledo, el hotel Ritz y el Casino de Madrid. La
mayor parte de los escenarios son levantinos, aunque no se trata de
lugares de la ciudad de Alicante.
En Alicante, la Biblioteca Gabriel Miró de la Obra Social de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (Calle
Ramón y Cajal, 5) conserva la biblioteca personal del gran escritor que
le da nombre, así como su epistolario, documentación familiar,
manuscritos, fotografías y toda la bibliografía publicada sobre su
obra.El despacho-biblioteca, los distintos fondos documentales y los
derechos de autor, fueron cedidos a la Biblioteca por Olympia y Emilio
Luengo Miró, nietos del escritor. Además, se encuentran en la Biblioteca
a disposición de estudiosos e investigadores los legados de otros
eminentes creadores e intelectuales como Francisco Figueras Pacheco,
Eusebio Sempere, Óscar Esplá y Triay, Carlos Arniches o Rodolfo Llopis.
La Biblioteca Gabriel Miró, dedicada a las Humanidades cuenta con más de
85.000 volúmenes, una extensa hemeroteca y bases de datos en CDROM.
Entre sus secciones especializadas cabe destacar las de fondo local,
antiguo, americanista y temas del mar.
Anualmente, la
Caja de Ahorros del Mediterráneo (
con sede en su barrio natal), recuerda su figura con la
convocatoria de un Premio Literario de Cuentos, que lleva su nombre.
Actualmente,
el busto en su homenaje, erigido en 1935 en la plaza que lleva su nombre en Alicante, está olvidado, degradado y con la nariz rota.
Un joven Gabriel Miró, retratado por Adelardo Parrilla en Benalúa.
Barrio de Benalúa
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Fotos aportadas por Ramón Palmeral:
(Retrato de lápiz de Gabriel Miró por Palmeral)