Qué habría sido del progreso y la comunicación entre los pueblos sin
la existencia de los caminos y las sendas tradicionales, que facilitaron
durante siglos el paso de un lugar a otro a muchas generaciones de
trabajadores del campo.
Fragmento del camino que llevaba de la Fuente del Cuervo al curso medio del valle del río Chíllar. Foto de Mariló V. Oyonarte La
historia de las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama habría sido muy
otra, sin duda, de no haber contado con un extensísimo y complejo
entramado de senderos y caminos de herradura que la surcaron de norte a
sur y de este a oeste. Caminos que facilitaron el acceso a otros lugares
a pesar de lo intrincado del terreno y resultaron imprescindibles,
durante muchas generaciones, para tantos hombres y mujeres que por
trabajo o por pura necesidad acudían al monte a diario, incluso para
cruzar la divisoria entre las provincias de Málaga y Granada, sin tener
así que rodear todo el macizo montañoso en una época en la que los
viajes eran agotadores, costosos y muy, muy largos. Afirmaba Ricardo
Salas, director conservador del Parque Natural Sierras de Tejeda,
Almijara y Alhama (
acceder al artículo "Un paseo con Ricardo")
que las montañas no separan, sino que han unido desde siempre a los
pueblos de uno y otro lado. Y efectivamente, así es. Los caminos, las
veredas, incluso las sendillas menos frecuentadas constituían -y siempre
fue así- la expresión física más evidente y palmaria de ese vínculo
entre los pueblos. Trepando, descendiendo y serpenteando incansables a
lo largo de las laderas, como cordoncillos blancos prendidos al terreno,
los senderos enlazaban las comarcas de la Axarquía de Málaga y la
Comarca de Alhama desde la misma línea costera hasta los pueblos del
interior de la provincia de Granada.
Antiguo camino que recorría la cuenca alta del río Chíllar. Fotografía del año 2005 Hoy
recordamos uno de aquellos senderos. Y no sólo lo recordamos; lo
homenajeamos, lo invocamos incluso, y -¿por qué no?- lo reivindicamos.
Un sendero que fue muy importante hasta hace tan sólo sesenta años, pero
que no tuvo la suerte de sus hermanos, los caminos del Puerto de
Cómpeta y del Puerto de Frigiliana, y con el desuso y el paso del tiempo
ha quedado relegado, desahuciado, impracticable ya, vigente tan sólo en
el recuerdo de quienes -y cada vez son menos- lo transitaron en otra
época. Él también formaba parte de la red de conexiones a través de las
montañas existentes entre Málaga y Granada; sendas que atravesaban
valientemente la sierra entera buscando los pasos naturales más
accesibles -los puertos de montaña-, allí donde las cumbres suavizan su
perfil y conceden un breve respiro al viajero entre afiladas crestas,
barrancos insalvables y paredes de vértigo. Se trata del camino que
enlazaba Nerja con Fornes, Jayena y Alhama de Granada, ascendiendo por
todo el valle del río Chíllar y alcanzando el collado de la Fuente del
Cuervo, justo en el límite interprovincial.
En
verde, el sendero desde su arranque en la localidad de Frigiliana; en
rojo, el tramo que va desde el río Chíllar hasta la Fuente del Cuervo.
Cartografía de Carlos Luengo Navas (Pulsa para ampliar) Al
igual que sus vecinos más afortunados -los señalizados y desbrozados
caminos del Puerto de Frigiliana y el Puerto de Cómpeta-, el sendero de
la Fuente del Cuervo atravesaba territorios de indescriptible belleza y
grandiosidad, incluyendo por ende en su trazado algunos de los cortijos y
enclaves más conocidos de la Sierra de Nerja. Hasta mediados de los
años cincuenta del siglo XX el trasiego por esa zona era continuo:
trabajadores de todo tipo y condición -carboneros, esparteros, caleros,
arrieros, pastores, labradores, jornaleros- recorrían el sendero en
ambos sentidos de día y de noche, camino de sus labores; en rigor se
trataba de una ruta larga y difícil, pero los hombres y mujeres de
antaño estaban hechos a eso y a mucho más. Efectivamente: desde
Frigiliana arrancaba, subiendo primero y bajando después por las
Lomillas del Chíllar, para tomar luego la Cuesta de Jiménez hasta el
cauce del río Chíllar. De uno de aquellos recodos partía la senda
conocida como la Cuesta del Imán que, faldeando la parte baja de los
Tajos del Almendrón y sorteando numerosos barrancos, alcanzaba
finalmente el importante Cortijo del Imán. Desde ese punto estratégico
continuaba subiendo, bordeando las bases del Cerro de las Tres Lindes,
el Nido del Buitre y los Tajos del Sol, dibujando fielmente las curvas
de nivel de la cuenca media del río Chíllar hasta alcanzar una explanada
donde se asentaban unas cabañas de verano, en el bello paraje conocido
desde tiempos muy antiguos como la Fábrica del Imán. A partir de allí,
camino de la cabecera del río Chíllar y sorteando los numerosos
barrancos y cascadas que aportan agua al río, el sendero describía una
amplia curva hacia la izquierda que subía y subía, ya bajo las
estribaciones de Piedra Sillada y La Cadena, atravesando la Hoya del
Helechal hasta concluir su ascensión en el lugar donde brotaba la Fuente
del Cuervo, un pequeño collado que daba acceso, por fin, a la provincia
de Granada. El sendero continuaba desde allí, ya cuesta abajo, hasta
que enlazaba con el que llegaba del Puerto de Frigiliana, desde donde
ambos compartían el camino que transcurre por el valle del río Cacín
hasta Fornes, Jayena y otros pueblos granadinos.
Plano
trazado a mano de principios del siglo XX en el que aparece el sendero,
pasando por el cortijo del Imán y la Fábrica, en su camino ascendente
hacia la Fuente del Cuervo (Pulsa para ampliar) Cuánta
historia; cuántas vidas y acontecimientos cotidianos o extraordinarios,
cuántos sucesos y anécdotas -buenas y malas- atesoraba ese camino
centenario. Las pendientes que abrazan la cuenca del Chíllar se
encontraban a la sazón pobladas por densos bosques de pinares y encinas
siempre verdes y cubiertas, en las cotas más altas, por un espeso tapiz
de monte bajo plagado de romeros y lavandas, tomillo, aulagas, bojes,
jaras y palmitos. Pero lo que más abundaba, a pesar de la escabrosidad
del terreno, eran los bancales de labor. Los experimentados campesinos
de la zona cultivaban olivos, algarrobos, patatas, maíz, habichuelas y
otras hortalizas allí donde hubiese un trozo de terreno que se pudiese
nivelar y regar con las aguas del río Chíllar o de cualquiera de las
barranqueras que se precipitaban por las escarpadas laderas del circo
que formaban el Almendrón y los cerros aledaños. El sendero era
transitado indistintamente por personas y animales -arrieros con sus
bestias, pastores con el ganado- y en algunos tramos se veía tan ancho
como un camino de herradura. La feraz vegetación que poblaba las laderas
no llegaba a cerrar el paso por tan continuo ir y venir, al margen del
cuidadoso mantenimiento -desbroces frecuentes con hachas de pequeño
tamaño muy bien afiladas -al que esa importante vía de comunicación era
sometida cada poco tiempo.
Inicio
del sendero conocido como Cuesta del Imán desde el río Chíllar. En la
actualidad se encuentra casi enterrado en la vegetación
El
cortijo del Imán, en su explanada (de color más claro, en el centro de
la imagen). El sendero que llevaba hasta allí era perfectamente visible.
Fotografía del año 2005 A partir del río Chíllar el
punto más relevante era el Cortijo del Imán, situado en el término
municipal de Nerja, famoso por su magnífica ubicación -tierra adentro y
valle arriba, pero con vistas al azul del Mediterráneo- y fértiles
terrenos, cuyos sembrados abancalados llegaban hasta el mismo margen del
río. En aquellas sólidas construcciones de piedra -que incluían
viviendas, corrales y hasta un antiguo molino de aceite- se albergaban
varias familias con sus hijos, además de abundante ganado como cabras,
vacas, cerdos y gallinas. El enorme horno de ladrillo macizo del cortijo
inundaba de olor a pan recién hecho todo el valle cada vez que se
encendía, y las voces y silbidos de los trabajadores se escuchaban a
todas horas, haciendo eco en las paredes de piedra que rodeaban el
paraje como un anfiteatro de dimensiones gigantescas. A lo largo de su
historia, fueron muchas las generaciones de pastores y labradores que
vivieron y murieron en el Cortijo del Imán. El lugar, inevitablemente,
también sufrió el acoso de maquis y guardias civiles durante la
posguerra española por encontrarse muy cerca de lugares de difícil
acceso, algo de vital importancia para quienes no querían ser
encontrados. Un destacamento de la Guardia Civil llegó a apostarse en
aquellas casas, desde donde se planearon y pusieron en práctica algunas
de las escaramuzas más importantes contra la guerrilla antifranquista.

Dos vistas de cortijo del Imán en la actualidad, imponente todavía a pesar de su abandono Pero
volvamos a nuestro camino. Éste continuaba su recorrido barranco
arriba, dejando atrás el Cortijo del Imán, atravesando paisajes de
belleza inusitada, ascendiendo con el río -cada vez más joven- hacia su
cabecera, encajonándose entre laderas empinadas que terminaban en
imponentes torreones de piedra, en un ascenso sin tregua hacia las
chozas de verano donde algunos pastores pasaban los meses del estío para
"hacer la cabaña" -fabricar quesos y requesones-. Ese paraje era
conocido desde tiempos antiguos como "la Fábrica del Imán" porque allí
mismo se lavaba el mineral que se extraía de las cercanas minas del
Puntal de San José, allá por el siglo XIX. La Fábrica era el punto de
agua más cercano a las minas; desde allí se bajaba el mineral a lomos de
bestias por la Cuesta del Imán hasta el río Chíllar y el Collado de los
Apretaderos. La Fábrica -o Fabriquilla, como lo llamaban algunos-
bullía de actividad frenética desde mayo hasta finales de septiembre,
época durante la cual numerosos pastores se mudaban a las cabañas con
sus familias y sus cabras, donde hacían sus quesos y también cultivaban
productivos bancales de patatas, habichuelas y maíz, en unas tierras
donde anteriormente se habían criado y secado incluso hasta plantas de
tabaco.
A la izquierda de la imagen, el hoy casi inexistente sendero del Imán a la Fábrica
Curso
medio del río Chíllar. Se distingue claramente el sendero que llevaba
del Imán a la Fábrica del Imán; en el extremo derecho, sobre una
planicie, se puede ver el cortijo del Imán. Fotografía del año 2005. Una de aquellas familias era la de Antonio Ortiz, de Frigiliana (
acceder al artículo "Una familia de cabreros trashumantes").
Durante los tres años que vivieron y trabajaron en el Cortijo del Imán,
Antonio y su mujer, Dolores, subían con sus cabras hasta las cabañas de
la Fábrica, donde pasaban los meses estivales criando chotos, haciendo
quesos y requesones y labrando las paratillas cercanas. Existían
entonces dos cabañas, construidas al estilo de toda la vida, con muros
de piedra seca sobre los cuales se colocaba una estructura de palo a dos
aguas que daba altura al interior y servía de armazón sobre el cual se
sujetaba el lastón -herbácea con propiedades aislantes e
impermeabilizantes- con el que se cubría el tejado. La puerta se hacía
con un sencillo entramado de ramas y aulagas secas, así como los
corrales destinados a las cabras -los animales saltaban los muros de
piedra, pero no los de aulaga, porque se pinchaban-. Alrededor de las
chozas todo eran bancales sembrados de maíz, patatas y habichuelas, que
eran los cultivos que mejor se adaptaban a esa zona. Se regaban con el
agua que acumulada en una alberca que venía directamente del arroyo del
Barranco de la Hoya de las Monjas, de donde la tomaban también para
beber.
Antonio y Dolores en la Fábrica del Imán; debajo, cocinando dentro de la choza
Por
encima de las cabañas del cortijo de la Fábrica del Imán proseguía el
sendero, cada vez más empinado, trazando la extensa curvatura que
conforma la cabecera del río Chíllar. A la altura del lugar conocido
como la Hoya de la Mula el camino se bifurcaba: hacia la derecha, un
ramal trepaba hasta el Puerto de la Ventosilla y las minas de San José,
de donde años atrás se obtenía el mineral que se lavaba luego en la
Fábrica. A la izquierda, el sendero principal continuaba su singladura
rodeando los nacimientos del río Chíllar camino ya de la cercana Fuente
del Cuervo, situada en el collado del mismo nombre, donde justo antes de
dar vista a la vertiente granadina de la sierra se encontraba la fuente
propiamente dicha, junto a otra cabaña de pastores y una alberca
construida para que bebiese el ganado.


Restos de las cabañas de la Fábrica del Imán, en la actualidad Era
imposible decir la de gente que pasaba a diario por allí a lo largo del
año, pero sobre todo durante el verano, pues ese camino tenía el mismo
tránsito -tal vez incluso más- que el del Puerto de Frigiliana y el de
Cómpeta. Los pastores, los arrieros, los viajeros ocasionales, el
quesero que pasaba semanalmente a recoger los quesos recién hechos y
llevar encargos… ¡para qué contar! Hasta el médico de Nerja se acercaba a
menudo por allí para cazar, reconocer a sus pacientes y proporcionarles
algunos medicamentos. Aquel movimiento de personas y animales mantenía
el camino perfectamente limpio y despejado: los usuarios con sus
albarcas y sus agobías de esparto -el calzado de las gentes humildes del
campo- y el ganado con sus incontables y diminutas pisadas. Si la
lluvia deshacía algún tramo, ése se reparaba; si las bestias levantaban
una gran piedra, aquélla se apartaba; si alguna planta crecida invadía
el paso, ésta se cortaba. Era primordial que aquella senda, vía de
comunicación imprescindible para todos, se mantuviese en el mejor estado
posible.
Los
senderos de la Almijara se mantenían muy bien conservados. Arriero
camino del Puerto de los Umbrales; al fondo, la inconfundible silueta
del Cerro del Cisne Pero aquella época llegó a su fin: a
finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del pasado
siglo los cortijos fueron abandonándose en favor de pueblos y ciudades;
el paso por los caminos disminuyó hasta tal punto que muchas de aquellas
vías empezaron a cerrarse y quedar enterradas bajo la vegetación que,
naturalmente, crecía libre y sin control de nadie. El Cortijo del Imán y
el de la Fábrica no fueron una excepción y a medida que sus muros se
desmoronaban las aulagas, los romeros, los palmitos y las jaras se
fueron adueñando del camino que los unía con el resto del mundo,
cubriéndolo hasta casi hacerlo desaparecer. En el año 1975 un gran
incendio asoló miles de hectáreas en la Almijara y a principios de los
años ochenta, para sacar la leña resultante de aquel penoso desastre, se
abrió a máquina un camino que, desde el collado de la Fuente del Cuervo
-utilizando unos tramos y arrasando otros del sendero tradicional-
bajaba hasta el barranco del río Chíllar, por debajo de la ya extintas
cabañas de la Fábrica. Poco tiempo antes, muy cerca de la Fuente del
Cuervo, se había construido una caseta que servía como refugio a los
guardas y a los cazadores que se movían por esa zona, en un intento por
revitalizarla. La edificación, pequeña pero muy completa, contaba con
dos habitaciones amuebladas, comedor, cocina y dormitorio con literas;
un pequeño anejo que servía como cuadra y hasta agua corriente,
proveniente de la Fuente del Cuervo. Pero tras un tiempo de decadencia y
abandono fue declarada en ruinas y demolida, desapareciendo también.

El refugio o caseta del Cuervo fue demolido hace unos años debido a su estado ruinoso La
historia se repetía y la decadencia del lugar seguía su curso.
Inevitablemente, con el paulatino abandono de las actividades
tradicionales de mineros, pastores, labradores y arrieros, dejó de ser
imperativo el paso por el Cortijo del Imán, por las cabañas de la
Fábrica, por las minas de San José y por la Fuente del Cuervo. Nuestro
camino fue desapareciendo lenta e inexorablemente bajo el matorral, en
un proceso natural que continúa hoy en día. Cada año un poco menos
visible, cada año más engullido por las aulagas y el romero, el
histórico sendero del río Chíllar al Imán y a la Fábrica se encuentra
hoy casi impracticable, y su estado es aún peor en el tramo que va desde
la Fábrica hasta la Fuente del Cuervo. A duras penas, desde lejos, se
pueden atisbar ya algunos tramos de aquella importante vía de
comunicación.
El
cortijo del Imán en el extremo derecho; en la actualidad ya no se
distingue el sendero, engullido casi por completo por el matorral. Foto
de Mariló V. Oyonarte
Fuente del Cuervo, en la actualidad
El progreso, qué duda cabe, mejora la vida de las personas,
pero a cambio nos obliga a ir dejando ciertas cosas atrás. El sendero de
la Fuente del Cuervo está a punto de desparecer definitivamente, como
lo han hecho los oficios ancestrales, las casas y hasta la mayoría de
las personas que dependían de él, que lo utilizaban, lo apreciaban y lo
conservaban. Los caminos tradicionales son un patrimonio común que narra
una parte de nuestra historia; sólo por eso ya merecería la pena
conservarlos, si no todos, al menos los más significativos. Para que
cada vez que caminemos por cualquiera de ellos tengamos presente que
antes que nosotros dejaron su huella muchas personas que trataron de
sobrevivir de la mejor forma posible en el entorno bravío de la sierra.
En poco tiempo tendremos que pensar en
el sendero del Imán al Cuervo como en un anacronismo que perdura
exclusivamente en las mentes de quienes lo transitaron, hasta que ellos
mismos desaparezcan también. ¿Debería recuperarse para que futuras
generaciones de caminantes puedan disfrutar de sus maravillosos
paisajes? ¿O quizá sería mejor dejarlo dormir en paz, como lo hacen ya
los cortijos del Imán y la Fábrica, por preservar su frágil e indómito
entorno? Conservar para respetar; porque en caso contrario sería mejor
dejarlo en el olvido, tal y como se encuentra ahora.
En
cualquier caso, lo poco o lo mucho que se pueda hacer -como siempre ha
sido y siempre será- queda en nuestras manos: en las de cada uno, en las
de todos.
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