ARTICULOS DE OPINION


Revista digital de arte, cultura y opinión en Alicante. Enlace con POESIA PALMERIANA. En estas páginas no podemos estar ajenos a lo que pasa en España ni en el mundo. Dirigida por el escritor, poeta y pintor Ramón PALMERAL. Los lectores deciden si este blog es bueno, malo, o merece la pena leerlo. El periodismo consiste en decir lo que a algunos no les gustaría leer.

jueves, 26 de marzo de 2020

Sendero de Frigiliana al cortijo Fabriquilla Imán (o Limán) y Tajo del Almendrón

En busca del sendero perdido

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Qué habría sido del progreso y la comunicación entre los pueblos sin la existencia de los caminos y las sendas tradicionales, que facilitaron durante siglos el paso de un lugar a otro a muchas generaciones de trabajadores del campo.

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Fragmento del camino que llevaba de la Fuente del Cuervo al curso medio del valle del río Chíllar. Foto de Mariló V. Oyonarte

 La historia de las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama habría sido muy otra, sin duda, de no haber contado con un extensísimo y complejo entramado de senderos y caminos de herradura que la surcaron de norte a sur y de este a oeste. Caminos que facilitaron el acceso a otros lugares a pesar de lo intrincado del terreno y resultaron imprescindibles, durante muchas generaciones, para tantos hombres y mujeres que por trabajo o por pura necesidad acudían al monte a diario, incluso para cruzar la divisoria entre las provincias de Málaga y Granada, sin tener así que rodear todo el macizo montañoso en una época en la que los viajes eran agotadores, costosos y muy, muy largos. Afirmaba Ricardo Salas, director conservador del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama (acceder al artículo "Un paseo con Ricardo") que las montañas no separan, sino que han unido desde siempre a los pueblos de uno y otro lado. Y efectivamente, así es. Los caminos, las veredas, incluso las sendillas menos frecuentadas constituían -y siempre fue así- la expresión física más evidente y palmaria de ese vínculo entre los pueblos. Trepando, descendiendo y serpenteando incansables a lo largo de las laderas, como cordoncillos blancos prendidos al terreno, los senderos enlazaban las comarcas de la Axarquía de Málaga y la Comarca de Alhama desde la misma línea costera hasta los pueblos del interior de la provincia de Granada.

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Antiguo camino que recorría la cuenca alta del río Chíllar. Fotografía del año 2005

 Hoy recordamos uno de aquellos senderos. Y no sólo lo recordamos; lo homenajeamos, lo invocamos incluso, y -¿por qué no?- lo reivindicamos. Un sendero que fue muy importante hasta hace tan sólo sesenta años, pero que no tuvo la suerte de sus hermanos, los caminos del Puerto de Cómpeta y del Puerto de Frigiliana, y con el desuso y el paso del tiempo ha quedado relegado, desahuciado, impracticable ya, vigente tan sólo en el recuerdo de quienes -y cada vez son menos- lo transitaron en otra época. Él también formaba parte de la red de conexiones a través de las montañas existentes entre Málaga y Granada; sendas que atravesaban valientemente la sierra entera buscando los pasos naturales más accesibles -los puertos de montaña-, allí donde las cumbres suavizan su perfil y conceden un breve respiro al viajero entre afiladas crestas, barrancos insalvables y paredes de vértigo. Se trata del camino que enlazaba Nerja con Fornes, Jayena y Alhama de Granada, ascendiendo por todo el valle del río Chíllar y alcanzando el collado de la Fuente del Cuervo, justo en el límite interprovincial.

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En verde, el sendero desde su arranque en la localidad de Frigiliana; en rojo, el tramo que va desde el río Chíllar hasta la Fuente del Cuervo. Cartografía de Carlos Luengo Navas (Pulsa para ampliar)

 Al igual que sus vecinos más afortunados -los señalizados y desbrozados caminos del Puerto de Frigiliana y el Puerto de Cómpeta-, el sendero de la Fuente del Cuervo atravesaba territorios de indescriptible belleza y grandiosidad, incluyendo por ende en su trazado algunos de los cortijos y enclaves más conocidos de la Sierra de Nerja. Hasta mediados de los años cincuenta del siglo XX el trasiego por esa zona era continuo: trabajadores de todo tipo y condición -carboneros, esparteros, caleros, arrieros, pastores, labradores, jornaleros- recorrían el sendero en ambos sentidos de día y de noche, camino de sus labores; en rigor se trataba de una ruta larga y difícil, pero los hombres y mujeres de antaño estaban hechos a eso y a mucho más. Efectivamente: desde Frigiliana arrancaba, subiendo primero y bajando después por las Lomillas del Chíllar, para tomar luego la Cuesta de Jiménez hasta el cauce del río Chíllar. De uno de aquellos recodos partía la senda conocida como la Cuesta del Imán que, faldeando la parte baja de los Tajos del Almendrón y sorteando numerosos barrancos, alcanzaba finalmente el importante Cortijo del Imán. Desde ese punto estratégico continuaba subiendo, bordeando las bases del Cerro de las Tres Lindes, el Nido del Buitre y los Tajos del Sol, dibujando fielmente las curvas de nivel de la cuenca media del río Chíllar hasta alcanzar una explanada donde se asentaban unas cabañas de verano, en el bello paraje conocido desde tiempos muy antiguos como la Fábrica del Imán. A partir de allí, camino de la cabecera del río Chíllar y sorteando los numerosos barrancos y cascadas que aportan agua al río, el sendero describía una amplia curva hacia la izquierda que subía y subía, ya bajo las estribaciones de Piedra Sillada y La Cadena, atravesando la Hoya del Helechal hasta concluir su ascensión en el lugar donde brotaba la Fuente del Cuervo, un pequeño collado que daba acceso, por fin, a la provincia de Granada. El sendero continuaba desde allí, ya cuesta abajo, hasta que enlazaba con el que llegaba del Puerto de Frigiliana, desde donde ambos compartían el camino que transcurre por el valle del río Cacín hasta Fornes, Jayena y otros pueblos granadinos.

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Plano trazado a mano de principios del siglo XX en el que aparece el sendero, pasando por el cortijo del Imán y la Fábrica, en su camino ascendente hacia la Fuente del Cuervo (Pulsa para ampliar)

 Cuánta historia; cuántas vidas y acontecimientos cotidianos o extraordinarios, cuántos sucesos y anécdotas -buenas y malas- atesoraba ese camino centenario. Las pendientes que abrazan la cuenca del Chíllar se encontraban a la sazón pobladas por densos bosques de pinares y encinas siempre verdes y cubiertas, en las cotas más altas, por un espeso tapiz de monte bajo plagado de romeros y lavandas, tomillo, aulagas, bojes, jaras y palmitos. Pero lo que más abundaba, a pesar de la escabrosidad del terreno, eran los bancales de labor. Los experimentados campesinos de la zona cultivaban olivos, algarrobos, patatas, maíz, habichuelas y otras hortalizas allí donde hubiese un trozo de terreno que se pudiese nivelar y regar con las aguas del río Chíllar o de cualquiera de las barranqueras que se precipitaban por las escarpadas laderas del circo que formaban el Almendrón y los cerros aledaños. El sendero era transitado indistintamente por personas y animales -arrieros con sus bestias, pastores con el ganado- y en algunos tramos se veía tan ancho como un camino de herradura. La feraz vegetación que poblaba las laderas no llegaba a cerrar el paso por tan continuo ir y venir, al margen del cuidadoso mantenimiento -desbroces frecuentes con hachas de pequeño tamaño muy bien afiladas -al que esa importante vía de comunicación era sometida cada poco tiempo.

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Inicio del sendero conocido como Cuesta del Imán desde el río Chíllar. En la actualidad se encuentra casi enterrado en la vegetación

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El cortijo del Imán, en su explanada (de color más claro, en el centro de la imagen). El sendero que llevaba hasta allí era perfectamente visible. Fotografía del año 2005

 A partir del río Chíllar el punto más relevante era el Cortijo del Imán, situado en el término municipal de Nerja, famoso por su magnífica ubicación -tierra adentro y valle arriba, pero con vistas al azul del Mediterráneo- y fértiles terrenos, cuyos sembrados abancalados llegaban hasta el mismo margen del río. En aquellas sólidas construcciones de piedra -que incluían viviendas, corrales y hasta un antiguo molino de aceite- se albergaban varias familias con sus hijos, además de abundante ganado como cabras, vacas, cerdos y gallinas. El enorme horno de ladrillo macizo del cortijo inundaba de olor a pan recién hecho todo el valle cada vez que se encendía, y las voces y silbidos de los trabajadores se escuchaban a todas horas, haciendo eco en las paredes de piedra que rodeaban el paraje como un anfiteatro de dimensiones gigantescas. A lo largo de su historia, fueron muchas las generaciones de pastores y labradores que vivieron y murieron en el Cortijo del Imán. El lugar, inevitablemente, también sufrió el acoso de maquis y guardias civiles durante la posguerra española por encontrarse muy cerca de lugares de difícil acceso, algo de vital importancia para quienes no querían ser encontrados. Un destacamento de la Guardia Civil llegó a apostarse en aquellas casas, desde donde se planearon y pusieron en práctica algunas de las escaramuzas más importantes contra la guerrilla antifranquista.

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Dos vistas de cortijo del Imán en la actualidad, imponente todavía a pesar de su abandono

 Pero volvamos a nuestro camino. Éste continuaba su recorrido barranco arriba, dejando atrás el Cortijo del Imán, atravesando paisajes de belleza inusitada, ascendiendo con el río -cada vez más joven- hacia su cabecera, encajonándose entre laderas empinadas que terminaban en imponentes torreones de piedra, en un ascenso sin tregua hacia las chozas de verano donde algunos pastores pasaban los meses del estío para "hacer la cabaña" -fabricar quesos y requesones-. Ese paraje era conocido desde tiempos antiguos como "la Fábrica del Imán" porque allí mismo se lavaba el mineral que se extraía de las cercanas minas del Puntal de San José, allá por el siglo XIX. La Fábrica era el punto de agua más cercano a las minas; desde allí se bajaba el mineral a lomos de bestias por la Cuesta del Imán hasta el río Chíllar y el Collado de los Apretaderos. La Fábrica -o Fabriquilla, como lo llamaban algunos- bullía de actividad frenética desde mayo hasta finales de septiembre, época durante la cual numerosos pastores se mudaban a las cabañas con sus familias y sus cabras, donde hacían sus quesos y también cultivaban productivos bancales de patatas, habichuelas y maíz, en unas tierras donde anteriormente se habían criado y secado incluso hasta plantas de tabaco.

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A la izquierda de la imagen, el hoy casi inexistente sendero del Imán a la Fábrica

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Curso medio del río Chíllar. Se distingue claramente el sendero que llevaba del Imán a la Fábrica del Imán; en el extremo derecho, sobre una planicie, se puede ver el cortijo del Imán. Fotografía del año 2005.

 Una de aquellas familias era la de Antonio Ortiz, de Frigiliana (acceder al artículo "Una familia de cabreros trashumantes"). Durante los tres años que vivieron y trabajaron en el Cortijo del Imán, Antonio y su mujer, Dolores, subían con sus cabras hasta las cabañas de la Fábrica, donde pasaban los meses estivales criando chotos, haciendo quesos y requesones y labrando las paratillas cercanas. Existían entonces dos cabañas, construidas al estilo de toda la vida, con muros de piedra seca sobre los cuales se colocaba una estructura de palo a dos aguas que daba altura al interior y servía de armazón sobre el cual se sujetaba el lastón -herbácea con propiedades aislantes e impermeabilizantes- con el que se cubría el tejado. La puerta se hacía con un sencillo entramado de ramas y aulagas secas, así como los corrales destinados a las cabras -los animales saltaban los muros de piedra, pero no los de aulaga, porque se pinchaban-. Alrededor de las chozas todo eran bancales sembrados de maíz, patatas y habichuelas, que eran los cultivos que mejor se adaptaban a esa zona. Se regaban con el agua que acumulada en una alberca que venía directamente del arroyo del Barranco de la Hoya de las Monjas, de donde la tomaban también para beber.

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Antonio y Dolores en la Fábrica del Imán; debajo, cocinando dentro de la choza
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 Por encima de las cabañas del cortijo de la Fábrica del Imán proseguía el sendero, cada vez más empinado, trazando la extensa curvatura que conforma la cabecera del río Chíllar. A la altura del lugar conocido como la Hoya de la Mula el camino se bifurcaba: hacia la derecha, un ramal trepaba hasta el Puerto de la Ventosilla y las minas de San José, de donde años atrás se obtenía el mineral que se lavaba luego en la Fábrica. A la izquierda, el sendero principal continuaba su singladura rodeando los nacimientos del río Chíllar camino ya de la cercana Fuente del Cuervo, situada en el collado del mismo nombre, donde justo antes de dar vista a la vertiente granadina de la sierra se encontraba la fuente propiamente dicha, junto a otra cabaña de pastores y una alberca construida para que bebiese el ganado.

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Restos de las cabañas de la Fábrica del Imán, en la actualidad

 Era imposible decir la de gente que pasaba a diario por allí a lo largo del año, pero sobre todo durante el verano, pues ese camino tenía el mismo tránsito -tal vez incluso más- que el del Puerto de Frigiliana y el de Cómpeta. Los pastores, los arrieros, los viajeros ocasionales, el quesero que pasaba semanalmente a recoger los quesos recién hechos y llevar encargos… ¡para qué contar! Hasta el médico de Nerja se acercaba a menudo por allí para cazar, reconocer a sus pacientes y proporcionarles algunos medicamentos. Aquel movimiento de personas y animales mantenía el camino perfectamente limpio y despejado: los usuarios con sus albarcas y sus agobías de esparto -el calzado de las gentes humildes del campo- y el ganado con sus incontables y diminutas pisadas. Si la lluvia deshacía algún tramo, ése se reparaba; si las bestias levantaban una gran piedra, aquélla se apartaba; si alguna planta crecida invadía el paso, ésta se cortaba. Era primordial que aquella senda, vía de comunicación imprescindible para todos, se mantuviese en el mejor estado posible.

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Los senderos de la Almijara se mantenían muy bien conservados. Arriero camino del Puerto de los Umbrales; al fondo, la inconfundible silueta del Cerro del Cisne

 Pero aquella época llegó a su fin: a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo los cortijos fueron abandonándose en favor de pueblos y ciudades; el paso por los caminos disminuyó hasta tal punto que muchas de aquellas vías empezaron a cerrarse y quedar enterradas bajo la vegetación que, naturalmente, crecía libre y sin control de nadie. El Cortijo del Imán y el de la Fábrica no fueron una excepción y a medida que sus muros se desmoronaban las aulagas, los romeros, los palmitos y las jaras se fueron adueñando del camino que los unía con el resto del mundo, cubriéndolo hasta casi hacerlo desaparecer. En el año 1975 un gran incendio asoló miles de hectáreas en la Almijara y a principios de los años ochenta, para sacar la leña resultante de aquel penoso desastre, se abrió a máquina un camino que, desde el collado de la Fuente del Cuervo -utilizando unos tramos y arrasando otros del sendero tradicional- bajaba hasta el barranco del río Chíllar, por debajo de la ya extintas cabañas de la Fábrica. Poco tiempo antes, muy cerca de la Fuente del Cuervo, se había construido una caseta que servía como refugio a los guardas y a los cazadores que se movían por esa zona, en un intento por revitalizarla. La edificación, pequeña pero muy completa, contaba con dos habitaciones amuebladas, comedor, cocina y dormitorio con literas; un pequeño anejo que servía como cuadra y hasta agua corriente, proveniente de la Fuente del Cuervo. Pero tras un tiempo de decadencia y abandono fue declarada en ruinas y demolida, desapareciendo también.

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El refugio o caseta del Cuervo fue demolido hace unos años debido a su estado ruinoso

 La historia se repetía y la decadencia del lugar seguía su curso. Inevitablemente, con el paulatino abandono de las actividades tradicionales de mineros, pastores, labradores y arrieros, dejó de ser imperativo el paso por el Cortijo del Imán, por las cabañas de la Fábrica, por las minas de San José y por la Fuente del Cuervo. Nuestro camino fue desapareciendo lenta e inexorablemente bajo el matorral, en un proceso natural que continúa hoy en día. Cada año un poco menos visible, cada año más engullido por las aulagas y el romero, el histórico sendero del río Chíllar al Imán y a la Fábrica se encuentra hoy casi impracticable, y su estado es aún peor en el tramo que va desde la Fábrica hasta la Fuente del Cuervo. A duras penas, desde lejos, se pueden atisbar ya algunos tramos de aquella importante vía de comunicación.

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El cortijo del Imán en el extremo derecho; en la actualidad ya no se distingue el sendero, engullido casi por completo por el matorral. Foto de Mariló V. Oyonarte

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Fuente del Cuervo, en la actualidad
 En el lugar donde surgía la Fuente del Cuervo -un nacimiento natural de agua- se construyó una bonita fuente de piedra, junto al camino que ocupó el lugar del sendero original, muy cerca de los restos de la antigua alberca. Pero este camino también está siendo invadido por la maleza, de tal forma que muy a duras penas se puede ya acceder al Cortijo de la Fábrica, pues en algunos tramos se encuentra absolutamente perdido. La naturaleza reconquistó hace tiempo lo que fue suyo en una labor tenaz y constante; los romeros de ramas retorcidas, las aulagas, altas y fuertes, creciendo desmesuradas como la vanguardia de un ejército invasor, han triunfado y lo enmarañan todo, ahogando -¿para siempre?- el viejo sendero, que por momentos reaparece a lo lejos como una sombra, como un espectro casi, bajo las ramas de un pino o junto a un barranco arenoso.

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Del paraje de la Fábrica apenas queda un claro en el pinar, donde se ubicaron las chozas. Foto de Mariló V. Oyonarte

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Bajando por un sendero imposible, camino de la Fábrica del Imán. Foto de Mariló V. Oyonarte

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En este tramo el sendero ha desaparecido por completo

 Esta situación favoreció la desorientación de algunos excursionistas, aunque los casos más destacados sucedieron en los meses de verano de los años 2011 y 2012. Atraídos por la belleza de estos parajes, la holandesa Mary Ann Goosens y el británico Gordon Simm se extraviaron en la cuenca del Chíllar; tras dieciocho días desde su desaparición Mary Ann pudo ser rescatada; desgraciadamente, del británico Simm no se volvió a saber nada, a pesar de la completísima operación de rescate desplegada por las fuerzas de la Guardia Civil, el SEREIM, el SEPRONA, Protección Civil y el Cuerpo de Bomberos de Málaga. A raíz de estos hechos, la Asociación de Empresarios de Nerja, apoyada por la Concejalía de Medio Ambiente de ese ayuntamiento, solicitó formalmente a la Junta de Andalucía el desbroce y la señalización de este y otros senderos de la comarca.

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Rescate en el río Chíllar de Mary Ann Goosens



 El progreso, qué duda cabe, mejora la vida de las personas, pero a cambio nos obliga a ir dejando ciertas cosas atrás. El sendero de la Fuente del Cuervo está a punto de desparecer definitivamente, como lo han hecho los oficios ancestrales, las casas y hasta la mayoría de las personas que dependían de él, que lo utilizaban, lo apreciaban y lo conservaban. Los caminos tradicionales son un patrimonio común que narra una parte de nuestra historia; sólo por eso ya merecería la pena conservarlos, si no todos, al menos los más significativos. Para que cada vez que caminemos por cualquiera de ellos tengamos presente que antes que nosotros dejaron su huella muchas personas que trataron de sobrevivir de la mejor forma posible en el entorno bravío de la sierra.  En poco tiempo tendremos que pensar en el sendero del Imán al Cuervo como en un anacronismo que perdura exclusivamente en las mentes de quienes lo transitaron, hasta que ellos mismos desaparezcan también. ¿Debería recuperarse para que futuras generaciones de caminantes puedan disfrutar de sus maravillosos paisajes? ¿O quizá sería mejor dejarlo dormir en paz, como lo hacen ya los cortijos del Imán y la Fábrica, por preservar su frágil e indómito entorno? Conservar para respetar; porque en caso contrario sería mejor dejarlo en el olvido, tal y como se encuentra ahora.

 En cualquier caso, lo poco o lo mucho que se pueda hacer -como siempre ha sido y siempre será- queda en nuestras manos: en las de cada uno, en las de todos.

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Albarcas originales de los años cincuenta, las que usaba Antonio Ortiz para caminar por el sendero del Imán

Escrito por Mariló V. Oyonarte.
Cartografía, fotos y vídeo de Carlos Luengo.