PEPE SOTO (Presidente de la APA)

Abril de 1984. El Gobierno socialista presidido por Felipe González
Márquez decide acabar con los Medios de Comunicación del Estado
rescatados por su antecesor, Adolfo Suárez (UCD), de los sumideros del
Movimiento Nacional del general Francisco Franco, que, sin duda,
suponían perdidas millonarias y recortes de información, al menos de
utilidad pública, con el máximo respeto a los periodistas,
confeccionadores, y a los trabajadores de aquellos viejos talleres de
linotipias y plomo. Los periódicos alimentados por el régimen franquista
salieron a una subasta más o menos pública. Aire de libertad.
Pero antes de aquel castigado 1984, en Alicante hubo un periódico que
siempre se alistó al lado de los más débiles: La Verdad de Murcia, que
creó una edición en Alicante, otra en Albacete y, poco después, en
Elche, para contar a los lectores los silencios de los otros, que no
tenían más remedio que acatar órdenes y las disciplinas de la censura,
aunque el jefe del negocio era la Conferencia Episcopal; o sea, la
Iglesia.
En 1984 todos los medios de comunicación se transformaron, de
repente, en democráticos, en distintas interpretaciones sobre la
democracia y, especialmente, en los criterios que establecieron para
contentar, alentar o granjearse a los lectores.
Ese año fue un laberinto de interpretaciones. Casi un esperpento. Y
en ese abril de cambios en los medios de comunicación, quien escribe
este artículo llegó a Alicante con una cámara de fotos, dos libretas y
muchos sueños, pocos de ellos cumplidos.
Manuel Mira Candel era el jefe de La Verdad de Alicante, José Luis
Masiá, su antecesor, ya fallecido, era el corresponsal en las casi
recién paridas Corts Valencianas, y, al penetrar en la redacción, sentí
el calor humano, se olía a lealtad y, sobre todo, al sacrificio de un
excelente equipo dedicado al menester de contar cosas.
Os cuento. Mi primer día en la redacción de La Verdad de Alicante,
uno, un pelín rojo, se encontró con un grupo en el que nunca jamás
habría intuido bajando por el puerto de La Carrasqueta: grandes
periodistas y mejores personas. Me refiero al cascarrabias de Ángel
García Alonso, mi amigo Angelín; a Javier Modéjar, a Luz Ballesteros, a
Gonzalo Sánchez Agustí, a Enrique Entrena, a Gloria de Nova, a Ambrosio
Ruiz; a los contables Paco Mogica, José Santamaría y Javier López
Suárez, y a los grandes maestros ya fallecidos como Rafael González
Aguilar, Tirso Mario Marín Sessé, José Marín Guerrero, Pascual Verdú
Belda y José Antonio Madrigal, a quienes tanto recuerdo y amo. En Elche
siempre estuvieron al pie del cañón Avelino Rubio, ya muerto, mi buen
amigo Gaspar Maciá y otros compañeros comprometidos como José María
Pallarés Ripalda, Juan Carlos Romero, el fotógrafo Paco Uclés, Carmen
Flores o el gran Jaime Gómez Orts, entre otros.
En aquellos tiempos de periodismo, de amor y de cerveza y de algún
que otro porro nos queda pendiente la palabra de Ramón Gómez Carrión,
que cada despertar le inyecta más energía a la vida. Un excelente
periodista.
Luego llegaron grandes profesionales como Ángel Bartolomé, Javier
Llopis, Chimo García Cruz y muchos más. Pero a uno le garantizaron
trabajo en Murcia, metió sus ropas en una bolsa de plástico, le dejó una
púa de 2.500 pesetas al Bar Guillermo y se largó a cambio de un
contrato. Pero fue un viaje de ida y vuelta, sobre todo para pagar la
deuda al bueno de Guillermo.
Me quedo con esa época. Posiblemente la más bella para un periodista
que siempre quiso serlo. Es el capítulo de 1984. Los siguientes, ya más
metidos en las nuevas tecnologías, son bastante similares, pero de más
tránsitos de seres y de miserias.
Los curas de entonces creían en los periodistas y, posiblemente, en
determinados nichos de libertad para equilibrar un negocio que era
rentable.
Los empresarios masterizados de hoy carecen de ideas, de
sensibilidad, de trabajar sin cobijo y han conseguido, en pocos años,
aislar a los periodistas de la calle para, entre otras cosas, acabar con
el personal de los perdidos talleres. Y contar cosas bajo techo es
complicado en un oficio en el que olfatear, ver y oír es imprescindible,
como creo. Ellos van a por sus honorarios, a por los reportes de los
variables fijados y a recortar gastos para equilibrar sus beneficios, en
su mayoría, que no todos.
Lamento el dolor de los compañeros que, casi treinta años más tarde,
se encontrarán con descaradas y malditas cartas de despido tras acordar
el ERE que ahora negocian.
Pero me duele más que unos trompetillas sin trompetas se hayan
cargado la labor de profesionales de un periódico que en los tiempos más
difíciles estuvo al lado de los lectores, que no del régimen
establecido.
Y, ahora, cierran la delegación de Elche, principal caudal de
información de la ciudad más próspera de la Comunitat Valencia, gracias
al trabajo del periodista Gaspar Macià y de sus colegas que han dedicado
inteligencia, cultura y, sobre todo, paciencia, a pesar de los vaivenes
de su empresa y la mediocridad más que acreditada de sus gestores.
Cuando otros periódicos silenciaban huelgas de sectores tradicionales
de nuestra economía como el calzado o el textil, o en protestas
ciudadanas, ahí estuvo La Verdad; cuando mi defunto amigo Pepe Marín
Guerrero entrevistaba a dirigentes sindicales clandestinos, ahí es
estaba La Verdad. Y así miles de ediciones.
“Si mil veces naciera, mil veces trabajaría en La Verdad”, decía
Tirso Marín, un animal de este oficio, en el mejor sentido de la
palabra.
Está claro que los números se imponen a cualquier frase, pero sin buena información jamás habrá cifras.
Cuando en los periódicos mandaban los directores, que de periodistas
se trataba la mayor parte de la mano de obra, por decirlo de alguna
manera, las cosas iban bastante mejor, según parece. Pero la llegada de
unos encorbatados, inflados de másteres y otras orlas, ha propiciado que
este oficio, dedicado tan solo a contar con corrección lo que ocurre,
se muera de aburrir a los lectores.
Y no es un problema de la masiva influencia de las nuevas
tecnologías, ni con la falta de lectura, sino de hacer buen periodismo,
de calidad o cercano; crítico o constructivo; ni del precio de un
ejemplar en el kiosco, que ya cuesta lo mismo que un café. El periodismo
a granel no se vende. Y menos el de copiar, pegar y olvidarse del uso
de los géneros periodísticos, que tanto dinamismo aportan a las
piblicaciones.
Suerte, colegas. Pero seguiremos al tajo, a través de Internet, de una emisoria de radio pirata o de una multicopista.
Y tendremos que hablar de muchas cosas.
Tomado de la wed
Lacronicavirtual. Periódico independiente.