La “nueva política” hasta ahora no ha
producido más que ceguera, confusión y una aparente incapacidad de
atender tanto a los deseos como a las necesidades de los ciudadanos. Es
cierto que estos votan más que nunca —debido a que los políticos
actuales no saben qué hacer con los votos y esperan que los ciudadanos
rectifiquen su erróneo voto anterior—. En todo caso, los partidos no
permiten que se gobierne el país. Puede que se deba a cálculos tácticos,
a enfrentamientos internos o a simple incapacidad política. Unos
esperan sin hacer nada, displicentes durante nueve meses; otros se
declaran “en la oposición” —sin duda ese es su lugar observando los
resultados electorales—, pero es obvio que no puede haber “oposición” si
no hay “gobierno”.
Es una situación política nueva en España. Hemos vivido 39 años con
gobiernos fáciles de formar. Eso no ha sido así en Europa. Así, somos el
único país europeo, de los 17 países con democracias más prolongadas
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial *, en el que nunca ha existido
un gobierno de coalición a nivel nacional. Si sumamos las experiencias
de estos países, han sido gobernados durante 640 años por coaliciones;
durante 418 años, por un solo partido en el poder. Las coaliciones han
sido la regla, no la excepción. En España no es concebible, ni deseable
en modo alguno, una coalición de los dos principales partidos como las
alemanas o austriacas: las diferencias políticas son muy grandes y es
mucho mayor el riesgo de fugas electorales. Pero ello no puede conducir a
que no haya gobierno.
Recuerdo una lejana exigencia de los ciudadanos españoles. A los
pocos años de conquistar (sí, conquistar) la democracia, reclamaban “un
gobierno que gobierne” —es decir, que atendiera a las necesidades y los
problemas del país—. Hoy día se requiere algo previo: que exista un
gobierno. Luego ya se le exigirá que sea un “buen” gobierno, a no ser
que despreciemos el futuro veredicto de los ciudadanos. Si bien no
tenemos experiencia en España —aunque sí mucha en gobiernos
subestatales—, esas coaliciones en Europa no asustaron a la izquierda.
De hecho, distribuyeron la renta en mayor medida que los gobiernos de un
solo partido. Cuando gobernaron coaliciones, la diferencia entre el 10%
más rico y el 10% más pobre fue de 3,46 veces; cuando existieron
gobiernos de un solo partido, esa diferencia ha sido de 4,23 veces
(datos de la OCDE) —una desigualdad apreciablemente mayor—.
A lo largo de la historia de las democracias europeas no ha habido un
foso dramático entre demócratacristianos, liberales, socialistas o
socialdemócratas: así ha sucedido en Austria durante décadas, en
Portugal, en Bélgica, en Finlandia, en Irlanda, en Holanda, en Alemania…
Si se quiere traer a colación Italia, las elecciones desde el fin de la
guerra tuvieron lugar cada cuatro años y ocho meses (los mandatos eran
de cinco años); sin embargo, los gobiernos duraron en promedio dos años
—es decir, los políticos podían configurar gobiernos sin recurrir a
elecciones repetidas—. Por eso tal vez diga
Felipe González que
estamos en una situación como la italiana, pero sin ser italianos.
Italia proporciona además un ejemplo de político con una estrategia de
izquierdas que no crea fosos: ese es
Enrico Berlinguer, el secretario general del PCI. Su política del
compromesso storico defendida desde 1973 hasta 1978 (y el asesinato de
Aldo Moro)
significaba apoyar en el Parlamento al gobierno de la Democrazia
Cristiana, sin participar en el poder, pero haciendo depender del
respaldo del PCI políticas fundamentales en un contexto de crisis
económica y política.
Existe una característica muy frecuente en esos gobiernos que
necesitan del apoyo de otros partidos: el poder recae en mucha mayor
medida en el Parlamento. Hoy día, en España, cuando se forme un gobierno
y dado el limitado respaldo de los diferentes partidos, el Parlamento
tendrá la sartén por el mango. Lo cual no tiene por qué provocar
inestabilidad política: así se ha gobernado, por ejemplo, en Dinamarca o
en Finlandia. Lo que sí se necesita es que los políticos españoles
sepan qué quieren —y sobre todo qué quieren los españoles—. Sí,
necesitamos que nuestros políticos, en un escenario político
fragmentado, sean capaces de negociar y pactar, que atiendan a los
ciudadanos, que ofrezcan un proyecto de país.
Ese es tal vez el asunto más grave para el PSOE: disponer de un
proyecto de país articulado, ambicioso y creíble. Que conteste a la
pregunta de en qué país creen ustedes que merecería la pena vivir. Solo
entonces el PSOE podrá retornar a un proyecto político mayoritario. La
razón de ser de ese proyecto son los ciudadanos, que necesitan una
salida —no los políticos—. No cabe que se piense que el PSOE está
solamente obsesionado con Podemos y con
Susana Díaz —sería
una broma—. Si Podemos acaba enraizando, lo habrá enraizado el PSOE;
este nunca ha sido tampoco el actual “reino de Taifas” —no puede tener
mucho futuro ese modelo de partido—. En países federales, el liderazgo
nacional no está socavado por barones territoriales con intereses
propios.
Sin embargo, pese a la tan fuerte pérdida de votos en un escenario
con mucha más competencia, tras años de decadencia, la debilidad de los
demás ha colocado al PSOE en condiciones de hacer una política de Estado
y, a la vez, una política de izquierdas. Es el partido “pivotal”: su
apoyo es a la vez suficiente y necesario para hacer políticas. Siempre
que se abran los ojos para ver:
1.
No cabe un gobierno de izquierdas. Tras la investidura el PSOE sería rehén de quienes le hubieran apoyado
Que no cabe ahora un pacto de una “mayoría de izquierdas”. Buena
parte de los supuestos socios (88 escaños frente a los 85 del PSOE)
defienden objetivos que no se corresponden con una izquierda responsable
—piénsese en la atribución a “los pueblos” (sic) de la España actual de
una capacidad de autodeterminación—; piénsese en que, rechazando con
razón políticas ciegas y dañinas de austeridad en exclusiva, el resto de
las propuestas se corresponden por lo general con lo que
Fernando Henrique Cardoso ha
calificado como “utopías regresivas”. Más allá de la investidura, al
PSOE le quedarían solo 85 diputados para gobernar. Al día siguiente de
la investidura el gobierno sería rehén de quienes le hubieran apoyado.
Sería política y electoralmente un desastre.
2.
El PSOE puede hacer “postureo”, pero al final debe abstenerse para facilitar que haya gobierno
Que unas terceras elecciones, porque nadie puede gobernar, reforzarán
más a quien las acaba de ganar. No hay ejemplos de éxito de la
oposición en escenarios como el presente en España. El resultado sería
una victoria mayor del PP y una caída del PSOE (aún más con el
espectáculo que está dando). Tiene razón
Alfonso Guerra,
no hay más alternativas que unas terceras elecciones o la abstención
del PSOE para facilitar, tapándose la nariz, un gobierno y quedándose en
la oposición —con algunas condiciones fundamentales, pero sabiendo que,
incluso sin ellas, al día siguiente las políticas pueden imponerse
desde el Parlamento—. El PSOE puede hacer “postureo” si le parece que
tiene que hacerlo. Pero, en las presentes circunstancias, al final debe
abstenerse para facilitar que haya un gobierno. Pienso que el PP ha sido
nefasto —pero si ha ganado sin méritos para ello, alguien no acumuló
los suficientes para echarlo—. En todo caso, solo este partido puede
gobernar y hay que dejar que lo haga. Pienso que Rajoy ha sido el peor
presidente de gobierno de la democracia: hoy día sigue evidenciando su
agotamiento, su nula apreciación por los ciudadanos, su incapacidad para
el diálogo. Recuerden sin embargo el eslogan de la izquierda francesa
cuando no pasó a la segunda vuelta de las elecciones: para evitar la
victoria de
Le Pen, su eslogan fue “
votez l’escroc, pas le fasciste”.
Pero había que votar a alguien para que gobernara: las democracias no
ofrecen el milagro de poderse bajar del mundo para volver a subirse en
tiempos más favorables.
3.
El resultado de unas terceras elecciones sería una victoria mayor del PP y una caída del PSOE
Esos tiempos más favorables hay que ganárselos. A partir de la
formación de un gobierno, al PSOE le corresponde una enorme
responsabilidad en cuestiones de Estado: en apoyar al gobierno frente al
secesionismo, frente a amenazas terroristas. Tiene que defender de
manera coherente y visible sus posiciones en la negociación en Europa
del pago de la deuda o de reformas necesarias en la política económica,
así como de la política ante la inmigración. Y respecto de la reforma de
la Constitución, ha de defender su propuesta —hoy día el único camino
civilizado, pero imposible sin la participación del PP—.
Con contundencia y sin dejaciones, el PSOE tiene que defender
políticas de progreso. Nada más comenzar el periodo de sesiones, los
socialistas han de presentar una ley de prevención de la necesidad,
porque ha llegado la hora de que los ciudadanos no vivan situaciones de
extrema precariedad material, protegidos por una red de ingresos
mínimos.
No existe el milagro de poderse bajar del mundo para volver a subirse en tiempos más favorables
En sanidad y en educación tiene que defender algo que se dejó atrás
hace ya tiempo a cambio de meros eslóganes. En sanidad, la cobertura por
el sistema público de todo ciudadano, que guiaba la reforma de
Ernest Lluch —frente
a la lamentable regulación de la “cartilla sanitaria” y la exclusión de
tanta gente de las prestaciones de la sanidad pública—. En educación,
tiene que rectificarse la tergiversación de la Constitución por unas
políticas educativas del PP que han introducido trabas a la igualdad de
oportunidades, recortando becas de forma masiva allí donde se necesitan y
convirtiendo la enseñanza concertada, que debía ser subsidiaria, en un
campo de discriminación social.
No acaban ahí las políticas de progreso. Se ha de poner fin a la
congelación de la Ley de Dependencia por parte del PP, que ha generado
situaciones angustiosas en muchas familias. El PSOE tiene que defender
una reforma de la fiscalidad que permita sostener el Estado de bienestar
y sea a la vez eficaz y redistributiva —entre otras cosas, evitando que
personas con los mismos ingresos paguen muy diferentes impuestos, que
la riqueza cotice menos que el trabajo, que los ciudadanos paguen más
que las sociedades—.
Debe facilitar el gobierno sabiendo que después las políticas pueden imponerse desde el Parlamento
Tiene que haber un gobierno y solo cabe una posibilidad. Pero tras la
investidura, ese gobierno dependerá de las decisiones de un Parlamento
al que no controlará si se llevan a cabo estrategias inteligentes. Ahí,
el PSOE deberá ser la fuerza hegemónica de la oposición: por su número
de diputados y porque nadie puede ofrecer esa mezcla de políticas de
Estado y de políticas de progreso. Ahora bien, para todo ello se
necesita un partido organizado y sensato. Que tenga claro qué significa
hoy una política de izquierdas que atienda a los intereses de los
ciudadanos. Dicen algunos dirigentes actuales que el PSOE siempre ha
estado a la altura de sus responsabilidades “históricas”. No ha sido
siempre así: ni con
Primo de Rivera,
ni en 1934, ni con las luchas fratricidas que socavaron la República.
Ahora es el momento de demostrarlo porque se halla en una encrucijada
importante: es delirante ver lo que está pasando, con un país en
precario.
* Los países son Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España,
Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Islandia, Italia,
Luxemburgo, Noruega, Portugal, Reino Unido y Suecia.