El Erotismo en el Rococó (I) - GALERÍA: François Boucher (1)
1.
El Erotismo, Hijo de la Ilustración
...Uno
suele concebir las cosas en referencia a lo que de ellas conoce, a la
propia percepción, a la representación que en una determinada época
recibe como base de su formación. Es así que tendemos a ser diacrónicos
en nuestras concepciones; es decir, a considerar las diversas
manifestaciones de la vida en base a conceptos de actualidad y no en
base a criterios de historicidad contemporánea. Con este proceder se
suele: (1) ser injusto con el momento histórico, y (2) intransigente o
poco tolerante con perspectivas distintas a las actuales. Así, lo que en
un tiempo puede ser considerado y experimentado como
normal, en
otro puede resultar costumbre bárbara y cruel. Ejemplos innumerables hay
de esto. También se suele decir que el ser humano se ha ido refinando a
medida que evolucionaba, que ha ido perdiendo tosquedad y
animalidad en
sus relaciones sociales. Esto puede ser verdad, pero no menos verídico
que cuestionable. El ser humano se ha ido refinando (atendiendo al
concepto que hoy día tenemos de
refinamiento. Ya que el Japón de
la Era Heian o la China de la Era Tang eran mucho más refinados, en
cuanto a los usos cortesanos, sobre todo, que los de hoy) en sus usos y
costumbres en relación a ciertos aspectos, pero en relación a otros (la
guerra, por ejemplo) ese refinamiento ha podido acarrear una mayor
crueldad. Lo que sí es cierto es que esta evolución le ha supuesto al
hombre una mayor complejidad; en el terreno científico y tecnológico el
salto ha sido estratósférico, hasta el punto de cambiar las estructuras
sociales y su ordenamiento. No ha ocurrido lo mismo con la evolución
espiritual, con la concepción filosófica de la existencia. El desarrollo
no ha sido parejo, aunque haya podido ser determinante en ciertos
postulados (la
muerte de Dios, sería una consecuencia de ese desarrollo científico, iniciado con la Ilustración, tanto en Inglaterra -
Enlightenment-, como en Alemania -
Aufklärung-, como en, claro, Francia -
Lumières),
ya que junto a un pretendido refinamiento (dulcificación) en las
costumbres, en lo esencial, se sigue tan desconcertado como siempre, o,
si cabe, aún más, dado que el mundo se ha ensanchado enormemente gracias
a un progreso que no ve fin (por ejemplo) a un universo en constante
expansión. Perdido el hombre en su afán explorador de la existencia,
cuanto más amplia los horizontes, más improbable siente llegar a ellos
algún día.
Estas consideraciones previas, si peregrinas (algo que va con mi
carácter y experiencia, como recientemente he demostrado), eran
necesarias y traídas a cuento de lo que sigue. El sexo no ha sido
concebido siempre de la misma manera, si bien los móviles apenas han
variado; concebido de forma sana y natural: la reproducción como
resultado final y la satisfacción sobrevenida que el proceso conlleva
(no siempre asegurada, ni la una ni la otra); de forma insana: el
negocio que gira alrededor del (más o menos placentero para unos/as, más
o menos sórdido para otras/os) comercio sexual. Este triple objetivo
(reproducción, placer, negocio), vayan o no mezclados en diferente
proporción, como digo, ha permanecido invariable a lo largo de casi toda
la historia de la humanidad. En unas épocas, más permisivas y
tolerantes, con menos sordidez; y en otras épocas, menos tolerantes y
permisivas, más represivas, con una sordidez mayor. Lo que ha cambiado
(lo percibimos, al menos, como tal, quizá debido a un problema de
cercanía) es el concepto del sexo como
erotismo, como potencial virtud de crear a su alrededor y poner en funcionamiento fuerzas más
espirituales que
las necesarias para el mero placer físico que los sentidos facilitan.
El sexo se ha complicado, podríamos decir, y probablemente no nos
equivocaríamos. Al fin y al cabo se trata de uno de los motores más
poderosos de la vida; una necesidad básica, como nos diría Manslow,
ubicado en la base de una pirámide cuyo zenit --refinamiento del
ser consciente del Hombre-- lo ocuparía la
autorrealización, la espiritualización. Y es aquí a donde quiero ir a parar. El Erotismo, a partir del siglo XVIII, de la Ilustración, de la
muerte de dios,
y, sobre todo, de la justificación exploradora del psicoanálisis de
Freud y Jung, escaló por sí solito la pirámide hasta encaramarse en todo
lo alto. El Sexo se hizo Erotismo, se espiritualizó. Se hizo fin en sí
mismo. Ya Santa Teresa, en sus éxtasis místicos, derrochaba erotismo
para acceder a una revelación inefable por otros medios. Se puede seguir
considerando el sexo como sexo, es decir, en su faceta más
animal y
física, meramente reproductiva; pero, además, hemos descubierto que su
influencia, como una nebulosa de bellos colores --bautizada como
Erotismo--
contamina casi todo lo que el ser humano realiza; se expande, como el éter a todos los ámbitos donde el hombre pone su atención. Del
Sexo como necesidad para que la vida continúe, hemos pasado al
Erotismo
que embellece y procura una vida más satisfactoria. Aun cuando el fin
del erotismo sea la posesión --en el disfrute-- del ser amado (aquel que
nos
erotiza), ésta --la posesión-- no siempre se resuelve en el
único fin, sino que es utilizada como medio para, aprovechando la
tensión vital que supone, la realización de empresas creativas. Es,
pues, el Erotismo, también, fuente y energía inagotable de donde se
extrae el impulso creador. El Erotismo es
estímulo invisible,
atmósfera que hace posible hallazgos insospechados en la matriz generadora de la vida (uno no tiene más que enamorarse para despertar en sí al poeta que todos llevamos dentro; como si mediante ese estado
erotizado, producido por el amor, fuésemos capaces de acceder a un territorio vedado en una situación
normal).
Es cierto que el
erotismo también ha sido producto de una
evolución en los usos y costumbres, que ha traído el progreso y que,
como resultado, ha proporcionado más tiempo libre al ser humano para
sentirse en
su totalidad, no ya sujeto a lo necesario y contingente, sino en
disposición de surcar territorios de sí mismo antes velados, sepultados
por lo inmediato (la lucha por la vida, por la comida, por el cobijo).
Este estado de cosas comienza a hacerse patente en las cortes europeas a
partir del siglo XVIII, pero es más patente en el XIX (y que daría
lugar al Romanticismo). Mas en el Siglo de las Luces lo que se
desarrolla es el gusto por el goce, por el disfrute de la vida (se
pasaron épocas atroces, de guerras y pestes, y oscurantismo, y flagelos y
cilicios, y pecados culpabilizadores, y arrepentimientos, y oración, y
negación del cuerpo como sustento impuro del alma), por un vivir no
indolente sino que busca la saciedad y no la encuentra (tanto es el
terreno perdido, tanto lo ignoto, tanto lo por descubrir). Y esta
búsqueda del pleno disfrute de los sentidos es total, integral. Es en
esta época cuando se sientan las bases de la gastronomía moderna, es
ésta la época de Casanova, del Marqués de Sade, de la publicitación sin
pudor de que existía vida en
les boudoirs, y vida gozosa. Es el
siglo de la Ilustración una especie de amanecer y mediodía todo en uno:
ilumina las zonas oscuras, disipa las tinieblas, pero también, con ello,
da calor, y, con él, aparece la voluptuosidad del
dolce far l'amore.
Se necesitaba recuperar el equilibrio perdido, ajustar otra vez el fiel
de la balanza en la doble naturaleza humana (la espiritual y la
material); por un lado se vuelve a épocas mejores (clasicismo griego y
romano), por otro, se superan, pues las condiciones vitales han variado,
se han sofisticado. Y con esta sofisticación, el desnudo, tanto
masculino (canónico), como, sobre todo, el femenino se liberan del
pudor, ya no necesitan excusas motivacionales para expresarse, y tras
las que justificarse; simplemente están ahí, los cuerpos, ofrecidos para
el disfrute, para la contemplación, para la sugerencia, para crear...
erotismo, que después será debidamente satisfecho...
-o-o-
Rococó
(Petit romance)
En la muy galante Francia,
muerto el rey que fuera Sol,
uno mucho más ardiente
en el trono se sentó:
quince amantes sostendrían,
en continua sucesión,
una bien ganada fama
de salaz recamador.
De los Luis, decimoquinto,
por el lis, de los Borbón,
si apodado el Bien Amado
del apodo se invistió:
favoritas en la cama,
que avivaron bien su ardor;
y, en la Corte, lagoteros
prestos a la adulación.
Escenario libertino,
éste que al sexo crisol,
donde fundir interdictos
y que al sexo liberó.
Hasta el arte se propaga
la sensual excitación,
fecundando la pintura
de desnudos, sin pudor:
nunca tanto culo hermoso
en los cuadros se pintó,
ni recibiera tal culto
ni rendida admiración;
nunca tanta morbidez
ni tan rosado rubor
en las pechos y mejillas
de los cuadros floreció;
ni tantas tuviera el cielo
alitas de coupidon,
recubriendo tanto cuerpo
de almibarado dulzor.
Lo sexual deriva en arte,
que Sade al cielo encumbró
haciendo filosofía
en privado tocador.
Los sentidos se exacerban:
se disfruta con fruición
de la cama y de la mesa,
a contrapelo de Dios.
Se humaniza el ser humano,
y a la luz del gris farol
la ciencia sienta reales
ante la superstición.
Alumbran la Enciclopedia
d'Alembert y Diderot,
que junto a Voltaire dan brillo
a un siglo deslumbrador
("De las Luces" se etiqueta,
tanto entonces como hoy,
esta centuria brillante
que las sombras disipó).
El sexo se hace erotismo;
la carne, sublimación;
el espíritu se encarna
a un cuerpo todo esplendor.
Lo vehemente del barroco,
su violento tornasol,
se refina y alambica,
se hace tierno: Rococó.
-o-o-
(1703-1770)
(1) 1732-1750
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Venus demanding Arms from Vulcan to Aeneas (1732)
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Aurora and Cephalus (1733)
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Mercury confiding the Infant Bacchus to the Nymphs (1732-34)
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Rinaldo y Armida (1734)
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The Rape of Europe (1734)
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Hercules and Omphale (1735)
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Charms of country life (1737)
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Daphnis et Chloe
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Baccus and Erigone (Erigone Vaincue) (1745)
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Bacchantes (1745)
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Companions of Diana (1745)
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The Abduction of Europe (1747)
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The Abduction of Europe (detail) (1747)
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The Birth and Triumph of Venus (1740)
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Vertumnus and Pomona
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Leda and the Swan (1741)
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Diana Getting out Her Bath (1742)
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L'Education de Cupidon (1742)
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Jupiter and Callisto (1744)
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Le Marriage de Psyché et l'Amour (1744)
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Aurora and Cephalus (1745)
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Diana after the Hunt (1745)
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La Toilette de Venus (1746)
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