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En la sociedad industrial avanzada, tener hijos deja de ser una cuestión meramente biológica o afectiva y pasa a estar fuertemente mediada por condiciones económicas. La crianza implica gastos crecientes en alimentación, vivienda, educación, salud y cuidado, lo que convierte la maternidad y la paternidad en un proyecto costoso. Si esos costos solo pueden ser asumidos por las clases acomodadas, se produce un fenómeno de exclusión: la capacidad de reproducirse y perpetuar la descendencia se convierte en un privilegio, no en un derecho universal.
Esto conduce a una “selección social”: los sectores con mayor poder adquisitivo son los que garantizan su continuidad generacional, mientras que las clases trabajadoras o precarizadas se ven obligadas a limitar, posponer o incluso renunciar a la maternidad/paternidad. No se trata de una selección natural —como la planteada por Darwin—, sino de una selección económica impuesta por el capital, que opera como un filtro artificial: quienes tienen recursos, tienen hijos; quienes no los tienen, quedan relegados.
Las consecuencias de esta lógica son amplias:
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Se agudizan las desigualdades intergeneracionales, pues los hijos de familias acomodadas heredan no solo capital económico, sino también cultural y social.
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Se reduce la movilidad social, porque el acceso a la educación y las oportunidades futuras queda restringido a quienes nacen en estratos favorecidos.
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Se normaliza la idea de que la reproducción humana está sujeta a la rentabilidad, como si criar fuera una inversión financiera.
Incorporar la noción de alienación y explotación (Marx): la vida misma, incluida la posibilidad de tener hijos, queda subordinada a la lógica del capital. Sin embargo, existen parejas que, teniendo posibilidades económicas prefieren vivir la vida "egolive" y no tener hijos que les incomoden o molesten es su carreras profesionales, debido a la exigencia de titulaciones y másteres a las que ha llegado al sociedad industrial y mercantil. España es un ejemplo por la falta natalidad propia del país.
Sin embargo, tener hijos mayores y cerca de los padres se convierte en un gran apoyo y a la vez un privilegio.
En resumen, el capital convierte la reproducción en un lujo, y con ello establece un mecanismo de selección social que refuerza la desigualdad estructural.