Y, sin
embargo, ¿alguien puede pensar en una sociedad sin arte? En cada época
el hombre ha buscado cosas diferentes en el arte, pero no hay cultura
que no tenga música, pintura, retratos, y dependiendo del desarrollo
tecnológico de cada momento productos nuevos: cine, fotografía, vídeo o
realidad virtual.
Pero, ¿de qué viven los artistas? Cada año se
matriculan en las diferentes facultades universitarias españolas
veinticuatro mil (24.000) estudiantes en carreras relacionadas con las
artes (Bellas Artes, Historia del Arte o Restauración). Por otro lado el
sector del arte no solo está compuesto por el artista / creador,
también están los críticos, gestores, galeristas, restauradores,
museólogos o docentes. Y el mercado del arte español, ni está
desarrollado, ni garantiza un aporte de capital que pueda garantizar la
supervivencia de los que se dedican a la creación, de los que crean el
patrimonio artístico, patrimonio que supone no solo un capital tangible y
cuantificable para toda la sociedad, sino que es el incentivo de
visitas turísticas a nuestro país, que es seña de identidad de una época
o de un grupo humano mucho más que cualquier grupo deportivo, político o
económico.
La defensa del sector artístico se ha hecho siempre
desde un asociacionismo poco vertebrado, no existe un sindicato
sectorial, ni un colegio profesional, diversas asociaciones cubren este
espacio, las de artistas visuales, las de críticos, galeristas o
gestores culturales, y en los últimos años el Instituto de Arte
Contemporáneo que cuenta entre sus asociados con profesionales de todos
los ámbitos.
En las reivindicaciones más usuales tenían que ver
con algo tan sencillo como una relación contractual entre profesionales,
es decir, cuando un artista trabajaba con una galería no existía ningún
contrato, ni laboral, ni mercantil que los relacionase. Lo mismo
sucedía con las exposiciones de artistas en los museos, o con los
críticos de arte cuando escribían para un catálogo, o cuando un
comisario presentaba un proyecto a una entidad. Tampoco estaban
establecidos honorarios profesionales que sirvieran de orientación. Y la
otra gran reivindicación eran las subvenciones para la producción de
obra, esto es, desde que las obras artísticas incorporan soportes
tecnológicos, materiales diversos (instalaciones, o vídeos, o
robótica,...) crear piezas requiere mucho dinero, que cuando eran para
una exposición encargada por un museo, corre, generalmente, a costa del
propio artista, con lo que él se convierte en un mecenas de la
programación de las entidades museológicas de este país. Otra demanda
era la de que al ser autónomos en la Seguridad Social, y el mercado del
arte no garantizar unos ingresos periódicos, el pago de impuestos se
convertía en misión imposible en periodos de ausencia total de ventas.
(Fragmento de Aramis López /Informacion Artes y Letras )