Joaquín Sorolla nació en Valencia el 27 de febrero de 1863, en una familia modestísima, quedando sin padres a la edad de dos años. Protegido y alentado por sus tíos, con quienes vivía, inició los estudios de pintura siendo muy niño, demostrando desde el principio que era de la casta de los que han nacido ≪solo para pintar≫, sin interposición de ningún otro quehacer y viendo recompensada su vocación, además, por el éxito temprano, obteniendo desde muy joven becas de estudio y premios, cultivando la pintura de historia, el cuadro de género y la pintura costumbrista, es decir, la que representa costumbres y folklore del pueblo, que era también muy apreciada en la segunda mitad del siglo XIX y Sorolla pintó muchos lienzos de este tipo.

‘La vuelta de la pesca’ es una obra clave en el desarrollo de Sorolla como pintor, y su primera representación a gran tamaño de un tema tomado del natural, que ya revela el ideal artístico que buscaba. Con ella obtuvo una segunda medalla en el Salón de París en 1895. Y en 1896, con ’Cosiendo la vela’ obtuvo premios en Munich y Viena.

Otra característica de los últimos años del siglo XIX era la preferencia por los temas tristes y pesimistas de contenido literario, delatores de la preocupación social de aquel tiempo, y Sorolla, admirable dibujante de formación clásica y sugestivo colorista, realizará obras tan famosas como ‘La trata de blancas’ y ‘¡Aún dicen que el pescado es caro!’, primera medalla en la Exposición Nacional de Madrid de 1895. En 1899 pintó Sorolla ‘Triste herencia’, un cuadro grande, de considerable impacto visual, en el que representa a unos muchachos tullidos bañándose en la playa valenciana del Cabañal bajo la mirada vigilante de un hermano de la Orden de San Juan de Dios. Con él alcanzó el máximo aplauso y los mayores honores: el Grand Prix y una medalla de honor en la Exposición Universal de París de 1900, además de la medalla de honor de la Exposición Nacional celebrada en Madrid en 1901.

Sus tempranos éxitos hacen que pronto se abra un valioso capítulo en la obra de Sorolla, el del retrato, posando para él los reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia, los escritores Pérez Galdós, Echegaray, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, junto a una extensa galería de personajes, plasmados con más amabilidad que sesgo sicológico.

Pero Sorolla encuentra su verdadero camino en la pintura cuando se dedica a representar, con una técnica cada vez más suelta, valiente y sumaria, la alegría del agua y de la luz mediterránea, el color deslumbrante de los paisajes levantinos, que son los verdaderos temas en torno a los cuales gira Sorolla el resto de su fecunda vida, entregado a la gozosa realización de unos cuadros frescos y vigorosos, de gran claridad y sencillez de composición, pintados con patente espíritu realista, mostrándonos pescadores, barcas de blancas velas que llegan a tierra, bueyes que tiran de ellas, pescateras, bañistas, niños jugando en el agua, damas en la playa con blancos vestidos y vaporosos velos… El éxito en cuantos lugares se presentaban estas pinturas de Sorolla lograba la dimensión que acompaña a una obra de arte original, sincera, hermosa, vital y llena de ricos acentos, convirtiéndole en un hito que arrastró a muchísimos pintores españoles tras el ímpetu y la luminosidad del maestro.

En 1911 la Hispanic Society de Nueva York encarga a Sorolla un vasto conjunto de catorce pinturas murales al óleo, en el que había de representar asuntos, tipos y paisajes de las regiones españolas, por lo que viajó por toda nuestra geografía, pintando en ciudades y pueblos de Andalucía, Guipúzcoa y Galicia, Castilla, Cataluña, Aragón, Navarra, Extremadura y Valencia, la región que perennemente irá unida a su nombre.

La obra fue concluida en 1919, pocos meses antes de que se le manifestara la despiadada enfermedad que le condujo a la muerte el 10 de agosto de 1923. Dos años y medio después se inauguró en la Hispanic Society la exhibición permanente de los cuadros realizados por Sorolla, esas españolísimas y luminosas pinturas, convertidas ya para siempre en símbolos visuales de la tierra, el mar, las gentes y el existir de este gran pintor, en cuya obra se aúna su portentosa capacidad de trabajo con las condiciones de un superdotado. Una obra que muestra un caso extraordinario de potencia y fecundidad, de grandes éxitos cosechados en vida y del influjo ejercido. En los sesenta años y medio que duró su existencia Sorolla realizó una producción asombrosa de 2.200 cuadros, algunos en colecciones particulares, pero que en su mayoría los podemos admirar en museos de Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Sevilla, Málaga, Murcia, Zaragoza, Córdoba, Cádiz, Castellón, Santander, Figueras, Vilanova y la Geltrú, Buenos Aires, La Habana, Roma, Venecia, Udine, París, Bayona, Pau, Limoges, Nueva York, Filadelfia, San Luis, Chicago. A los que habría que añadir otros 20.000 apuntes, dibujos y notas de color de este artista excepcionalmente dotado para la pintura, a la que se entrega apasionadamente, con firmeza y alegría, cumpliendo el valioso destino para el que se siente llamado. Y que Sorolla manifestó sobradamente con su caudaloso verismo, con su comunicabilidad, con su lenguaje luminista, su energía y su nervio popular. Unas pinturas que infunden incontenible optimismo en el ánimo del espectador.