ARTICULOS DE OPINION


Revista digital de arte, cultura y opinión en Alicante. Enlace con POESIA PALMERIANA. En estas páginas no podemos estar ajenos a lo que pasa en España ni en el mundo. Dirigida por el escritor, poeta y pintor Ramón PALMERAL. Los lectores deciden si este blog es bueno, malo, o merece la pena leerlo. El periodismo consiste en decir lo que a algunos no les gustaría leer.

lunes, 1 de enero de 2024

Luis Nueda y Santiago, comentarista a MIL LIBROS.

 

                                                         Autorretrato, óleo de Luis Nueda

Luis Nueda: De vuelta a la fe a través de la investigación

Miraba “como a infelices ignorantes” a cuantos creyeron en una divinidad, en un mundo espiritual... aunque esos “infelices ignorantes” se llamasen Sócrates, Platón, Santo Tomás, Newton, Pascal...
Luis Nueda: De vuelta a la fe a través de la investigación
Autorretrato de Luis Nueda (óleo)

No sabemos si Aguilar tomó la decisión de reeditar Mil libros porque
un jovenGabriel garcía Márques (Gabo)  les despertó a la idea comercial, allá por 1969 –o Gabo en realidad, por lo que dice en su artículo de 1982, la única edición que
conoce es esta de 1969–, pero lo cierto es que estos dos volúmenes
del conocimiento de la filosofía, el pensamiento, la ciencia, las artes y
la literatura de Occidente, fueron más conocidos en América que en
España. Fue propuesto en 1944 al Premio Nobel por Julio Casares.

El “problema religioso” como llama Luis Nueda y Santiago (1883-1952) a la “preocupación fundamental de cuantos hombres han sentido y sienten inquietudes espirituales en el mundo” es objeto de su testimonio por considerar su propia experiencia “aleccionadora para los indecisos, los equivocados y los indiferentes”.

Recién transcurrida la guerra civil en España, Luis Nueda, hombre culto, melómano y bibliómano, aislado de los fragores bélicos por el estudio y el trabajo, da a conocer su cíclopeo trabajo de recensiones bibliográficas llamado Mil Libros. Por supuesto, lo que nos interesa aquí no es el contenido de aquel caudal de obras, sino el testimonio que, a guisa de prólogo, Nueda da sobre la recuperación de su perdida fe precisamente a través de la profundización en el estudio.

El mismo Nueda llamó a su evolución en materia religiosa “el retorno a la fe por la incredulidad”, una versión del pensamiento baconiano de que “la investigación superficial lleva al ateísmo, mientras que la investigación profunda lleva a aceptar la existencia de Dios”, o más brevemente “poca filosofía aleja de Dios y mucha filosofía aproxima a Dios”.

Nueda habla con una sinceridad y una humildad profunda, sin piedad de sí mismo cuando confiesa: “sobre mi primitiva fe —que era tan vacua y primitivamente formalista como la de tantos otros que se llaman y consideran católicos—, las primeras lecturas de obras antirreligiosas, emprendidas con la falta de preparación filosófica y científica que suele caracterizar a cuantos se hallan en mi caso y que, por regla general, es extensiva incluso a los autores de semejantes obras, ejercieron un efecto fulminante: con tal facilidad me convencieron de que la Ciencia poseía la explicación natural de todos los enigmas en que las religiones hacen intervenir lo sobrenatural, representado por Dios, y de tal modo me infatuaron, que no tardé mucho tiempo en considerarme en posesión de la verdad, casi sabio y, por consiguiente, capacitado para mirar compasivamente como a infelices ignorantes a cuantos demostraron en cualquier época creer en una divinidad, en un mundo espiritual y en una vida ultraterrena..., aunque esos “infelices ignorantes” se llamasen Sócrates, Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Newton, Pascal, Menéndez y Pelayo, etc., etc.”

Que este testimonio sea contado por sus solas palabras, cargadas de elocuencia, pues no necesitan apostillas:

“Yo no había leído aún nada de estos pensadores; pero, en cambio, me sabía de memoria los tópicos del materialismo “vulgarizador”: mis conocimientos de Filosofía no iban mucho más allá de los que se obtienen en el bachillerato; pero estaba persuadido de que todos los razonamientos metafísicos eran inútiles y necias divagaciones de desequilibrados mentales. Las teorías de Laplace y de Haeckel, admitidas por mí como verdades inconcusas, habían reemplazado en mi intelecto, con gran ventaja, a las “leyendas bíblicas”: la ética de Nietzsche y la de las más avanzadas escuelas sociales me parecían muy superiores a toda moral de iglesia, afianzada y salvaguardada con promesas de castigos y premios de ultratumba; en suma, había llegado al convencimiento de que las religiones no eran más que vergonzosas pruebas de incultura y reminiscencias atávicas de la ignorancia y del terror cósmico de nuestros remotos antepasados salvajes.

“Como se ve, había alcanzado, sin gran esfuerzo, la talla de los “superhombres” de mesa de café, de novela y de conferencia revolucionaria, y podía ya codearme con ellos. “Pero..., mi curiosidad no me permitió permanecer demasiado tiempo estancado en la charca de ese necio y vulgar escepticismo que tanto abunda. Quise saber más, y poco a poco fui ampliando mis conocimientos —lo cual equivalía a ir reconociendo progresivamente mi ignorancia— y me fui situando de un modo insensible en condiciones mejores para juzgar lo que en un principio había tomado por evidente e irrefutable y para no dar tan ingenuo y precipitado crédito a las osadas aseveraciones de los pontífices del monismo. A medida que profundizaba en el pensamiento filosófico general y que dedicaba atención más reflexiva y consciente a las hipótesis biológicas y cosmogónicas, sentía más y más lo movedizo del arenoso terreno en que antes me afianzaba y que había tomado por firme cimiento berroqueño. Y cuando mis convicciones monistas y de autocreación del Universo empezaban ya a tambalearse, vinieron a resquebrajarlas de un modo irremediable la lectura meditada de la magnífica obra de Fabre sobre las maravillas del instinto en el mundo entomológico y la clara percepción de la eterna duda que late en el fondo de las negaciones de los más preclaros filósofos -como Spinoza y Kant. (Continuaremos su testimonio).

Enlace al articulo de Félix Maraña. en Pérgola de Bilbao




Datos aportados por Ramón Palmeral