Su padre, comerciante, quería que fuese abogado, picapleitos. Durante un año se hizo el loco en la facultad de Derecho de Valencia para luego estudiar periodismo, lo que le apetecía. Resistir cincuenta años de oficio en este sector no es poco, es muchísimo. Tiene su ritmo. Sus pasiones. La familia y un pelotón de amigos que reclutó entre Maristas, Jesuitas y también en el oficio. Siempre prudente

Mariano Soriano Gutiérrez (Alicante, 1947) nació en la casa familiar del número 36 de la Rambla de Méndez Núñez, junto a los almacenes La Austríaca y la droguería Sempere. Su padre, del mismo nombre, siguió la tradición de la saga al frente de la mercería Soriano, situada en los bajos de la misma finca, que ofrecía a la clientela una infinidad de productos: trajes, camisas, lanas, cremalleras, hilos, flecos, galones, botones de todos los tamaños y colores, incluso dedales y cintas. Su madre, María Antonia, cántabra, de Santander, bastante tenía con sacar adelante a sus hijos: el protagonista de esta historia y a María Antonia, ya fallecida. Conoció a su marido en Alicante durante la celebración de la boda de una de sus hermanas con un tío de Mariano, a finales de la contienda civil.

Mariano Soriano aprendió a leer, a escribir y algo de aritmética en una escuela regida por monjas, en la alicantina calle Mayor. Los Jesuitas abrieron su colegio en Alicante. Estamos en 1957. Inauguró el centro junto a un pelotón de chavales inquietos, entre los que estaban Filomeno Mira Candel, Pedro Nuño de la Rosa y los ya fallecidos Manuel Bonilla y el cantante de Crevillent Manolo Galván. El curso de tercero de Bachillerato no fue bueno para él ni para otros. Le tocaba repetir y los curas del colegio Inmaculada le mostraron tarjeta roja y le señalaron la puerta de salida. De oca a oca, de Jesuitas a Maristas.

Repitió tercero, pero se acomodó en el nuevo centro. Compartió aulas con alumnos que más tarde serían militares: Carlos Dupuy y Manuel López Vidal; con otros que serían médicos: José María Reyes, Vicente Ramos y Francisco Alemañ, entre otros compañeros, como el bodeguero Joaquín Molina, el trotamundos Rafael García-Pertusa y su primo Valentín. Curso a curso acabó el Preu. Se trasladó a Valencia. Empezó Derecho. Pero no era lo suyo. Con alguna que otra mentirijilla, se matriculó en la Escuela de Periodismo de la Iglesia. Feliz, acabó la carrera cuatro años más tarde. Ya era periodista. Sus primeras prácticas como aprendiz de este oficio de contar cosas fueron el desaparecido diario La Verdad de Alicante, en una redacción repleta de singulares y grandes profesionales: Rafael González Aguilar, Ramón Gómez Carrión, Tirso Marín Sessé y Ángel García Alonso, entre más.

Pero llegó el servicio militar. Tras formarse como recluta en el campamento de Rabasa acabó de chupatintas en la llamada Caja de Reclutamiento del cuartel de San Fernando, en el barrio de Benalúa. Por algún «enchufe», Mariano tenía las tardes libres, muchas ganas de trabajar en lo suyo y empezó a colaborar en este periódico, en INFORMACIÓN Poco más tarde entró en la plantilla del diario, una vez finalizados sus deberes con la patria de aquel tiempo. Se casó con María Eugenia, que trabajaba en Telefónica. Su primer destino fue la delegación de Elda: solo ante la maquina de escribir, pero con la ayuda del fotógrafo Carlson, uno de los grandes fotoperiodistas de su tiempo. Se granjeó el cariño y la ayuda de otros colaboradores para llenar las páginas. Trabajó duro, incluso para llegar al autobús con dirección a Alicante para meter en un sobre folios escritos con noticias y fotografías. Siempre deprisa, pese a ser un hombre con calma. Ahí estuvo cinco años.

Por decisión de la dirección de la empresa, en 1978 regresó a Alicante, a la pequeña redacción y al menudo taller situado en la calle Poeta Quintana. Fue redactor y coordinador de las páginas dedicadas a los pueblos y ciudades de la provincia. Seis años. También fue corresponsal de zona de la agencia Efe y trabajó en la vieja Hoja del Lunes. Recién ingresado en INFORMACIÓN le enviaron a cubrir un presunto atentado terrorista en el puerto de Xàbia: una olla rellena de explosivos presuntamente colocada por ETA. «En el puerto nadie quería hablar y me recomendaron ir al cuartel de la Guardia Civil. Me presenté en la puerta y dije que era de INFORMACIÓN. Me pasaron al despacho del comandante de puesto y me empezó a enseñar todas las comunicaciones que había enviado a la Comandancia, a la dirección general y al Ministerio del Interior. Lo que me pareció extraño». Tras identificarse de nuevo, el funcionario con tricornio, algo nervioso, le dijo que había entendido que era del Servicio de Información del Cuerpo:

«Llegamos a un acuerdo entre caballeros. Le dije que no mencionaría las fuentes, pero que no desmintieran lo que escribiese. Creo que me salió un buen reportaje con los datos recibidos en el equivoco». Fue testigo directo.

Pero llegó 1984. El gobierno presidido por el socialista Felipe González decidió vender los periódicos que conformaban el listado de Medios de Comunicación Social del Estado, muchas cabeceras en subasta y tantos redactores, linotipistas y tipógrafos damnificados, muy poco. Pero los empleados podían subrogarse a los compradores o pasar a formar parte, de alguna forma, de la plantilla funcionarial. Pocos redactores y del personal de talleres decidieron seguir. Casi en todas la provincias españolas había movimientos. La mayoría dejó la prensa y se instaló en distintas parcelas de la Administración.

Mariano fue a parar con su pluma y sus huesos a lo que hasta 1996 se denominaba Gobierno Civil, en calidad de jefe de Prensa. Pero por un pacto entre José María Aznar (PP) y el independista Jordi Pujol se cambiaron los rótulos de los edificios como subdelegación. Su primer jefe fue Octavio Cabezas. Con los socialistas también colaboró con Virginio Fuentes, con Alfonso Calvé, con Pedro Valdecantos y con Rafael García de la Riva. En mandatos del Partido Popular escribió notas y atendió a los chicos y a la chicas de la prensa a las órdenes de subdelegados como Luis Garrido Guzmán y Alberto Martínez. Cambiado el color del Gobierno, Mariano tuvo que asistir a Etelvina Andreu, del PSPV. Se jubiló en 2011. Parte de sus peores recuerdos forman parte de su labor como periodista: los atentados de ETA.

Mariano Soriano y María Eugenia tienen dos hijas y un hijo. Mantiene su pandilla de amigos de la infancia, de médicos, trotamundos, coroneles, capitanes de navío y demás tropa de pillines. Sólo guarda en su corazón dos carnés: el del Hércules y el de la Asociación de la Presa de Alicante, en la que, además de ser secretario, ocupa la primera plaza del listado por experiencia y edad, claro.

Hablamos en la plaza Padre Fontova, en su barrio, en San Blas. Y me da la impresión de que, por prudencia, el tintero se quedó lleno. Tras medio siglo de periodismo algunas letras se olvidan. Mariano, silencioso y risueño, es uno de los grandes del oficio. 

 

          Mariano Soriano con Palmeral en el APPA /Ramón Gómez Carrión y Rosalía, detrás 2023