“Antes de nada, quiero expresar mi respeto y mi solidaridad más
profunda hacia todas las víctimas de la Dana y hacia sus familias. Soy
plenamente consciente del sufrimiento que provocó aquella tragedia.
Lamento de corazón si en algún momento mi decisión de mantenerme en
un segundo plano pudo haber generado dolor. Esa decisión la tomé para
no avivar el circo mediático y para evitar que mi nombre pudiera ser
utilizado como un instrumento político, como lamentablemente ha
sucedido.
Dicho esto, me he decidido a escribir estas líneas después de
la continua oleada de ataques, falsedades y mensajes de odio que he
recibido en redes sociales, amplificados además por otros canales, tras
mi reciente intervención como consejera portavoz del Levante Unión
Deportiva, una responsabilidad que asumo desde 2023.
Soy la primera interesada en que se clarifiquen absolutamente
los hechos que acontecieron aquel día, porque es imprescindible que no
se desvíe el foco hacia historias paralelas que lo único que han hecho
es generar más dolor a los afectados. Pero también porque las
consecuencias que esta situación está teniendo sobre mi persona, sobre
mi familia, sobre mi vida laboral y sobre mi estado psicológico están
siendo brutales.
Ese día mantuve mi agenda laboral tal y como estaba prevista,
como cualquier otro día, porque no era consciente de la magnitud de la
tragedia que se avecinaba.
Mi jornada comenzó a las 9:30h en Ford Almussafes, donde
impartí un curso de formación para sus profesionales que finalizó
sobre las 14:00h. Cuando los asistentes se marcharon, me quedé unos 30
minutos más en el aula, como hago habitualmente, para elaborar el
informe de la sesión y dejar todo documentado.
Después recogí mis cosas, fui a por mi vehículo y me
trasladé desde Almussafes al centro de Valencia, donde había sido
citada por el presidente de la Generalitat para una comida de carácter
profesional. Estacioné el coche en un aparcamiento cercano y llegué al
restaurante pasadas las 15:00h.
Acudí a esa cita a petición del presidente, con el objetivo de
explorar posibles vías de colaboración profesional. Durante la
conversación se me plantearon varias opciones, entre ellas presentar
una candidatura a un cargo en la televisión autonómica, que rechacé
de forma clara por convicción personal y profesional. A partir de ahí,
me pidió mi opinión sobre la situación de la televisión: qué
aspectos consideraba que funcionaban bien o mal y qué cambios podrían
aplicarse. Desde mi experiencia, expuse mi punto de vista, lo que
derivó en un intercambio de pareceres y acabó en una sesión de
consultoría de comunicación en la que se abordaron cuestiones propias
de mi especialidad.
En un momento determinado de la comida, el presidente empezó a
recibir llamadas que interrumpieron nuestra conversación de manera
continuada. Yo seguí en el restaurante, completamente ajena a esas
comunicaciones: no pregunté, no participé, ni conocí en ningún
momento su contenido, y el presidente tampoco me trasladó ninguna
inquietud al respecto. Actué, como siempre he hecho, desde la
discreción y el respeto que me caracterizan.
Esas interrupciones, sumadas a la espera y a la despedida,
demoraron también mi salida del restaurante, que se produjo finalmente
entre las 18:30 y las 18:45. En su momento, en medio de la vorágine con
que se desencadenaron los hechos, el desconcierto y la presión vivida,
sinceramente no dimensioné la importancia de ese desfase horario
inicial que se hizo público. Sin embargo, con la distancia del tiempo y
tras hablarlo con las personas más cercanas, he considerado necesario
aclarar también ese punto.
Quiero dejar claro que en el momento en que me marché de la
reunión no era consciente de la gravedad de lo que estaba sucediendo en
otras localidades valencianas, porque en la ciudad no llovía y eso me
hizo sentir todavía más ajena a la situación. Al regresar a casa,
empecé a tomar verdadera dimensión de lo ocurrido. Nada más entender
la magnitud de lo que había pasado, me puse en contacto con el
presidente cuando le fue posible. En esa conversación le trasladé mi
angustia y también le pedí, de forma muy clara, que por favor mi
nombre no saliera. Le expliqué que me parecía profundamente injusto
quedar vinculada a un capítulo tan doloroso cuando no había tenido
absolutamente nada que ver. Ese fue mi error, porque ese silencio,
aunque bienintencionado, alimentó la especulación y, cuando finalmente
se supo, desembocó en un acoso brutal.
Los días posteriores fueron una auténtica pesadilla. Me sentí
absolutamente perdida. Y cuando finalmente se dio a conocer
públicamente que yo era la persona que había estado con el presidente
durante aquella comida, mi cabeza estalló. Entré en un shock que me llevó a un ingreso hospitalario.
Cuando salí del hospital, mi situación seguía siendo
extremadamente delicada. No me sentí con fuerzas para tomar yo las
riendas y exponerme directamente. Por eso pedí a una persona de mi
total confianza que explicara de mi parte lo sucedido. Así se hizo
público entonces el relato de los hechos.
Pero con el paso del tiempo he comprobado que no fue suficiente.
Hoy entiendo que es necesario hablar en primera persona. Hasta ahora no
lo había hecho porque confiaba en que el tiempo y el sentido común
bastarían para que se entendiera lo evidente: que yo no tengo nada que
ver en esta historia. Pensé que quedaría claro por sí solo, pero no
ha sido así.
La realidad es que me he convertido en una diana. Una diana
utilizada políticamente y alimentada con insinuaciones machistas que
han condicionado esta historia desde el principio. Y por eso hoy hablo:
porque ya no puedo seguir soportando que este relato eclipse lo
verdaderamente importante, que es esclarecer qué pasó aquel día y
asumir las responsabilidades que correspondan.
Durante estos diez meses he vivido sometida a una presión
insoportable. He sido objeto de un acoso constante, de insultos, de
burlas y de un escrutinio injusto. Estoy en tratamiento psicológico con
un diagnóstico de estrés postraumático. Es una terapia dura y
compleja, que afronto con esperanza, pero la realidad es que mi salud
mental se ha visto gravemente dañada. Cada nuevo golpe reabre heridas
que aún no han cicatrizado.
Este proceso no solo me ha afectado a mí. Ha golpeado también a
mi familia, que sufre al verme sufrir. Ellos han tenido que soportar
conmigo este acoso, y ese es, sin duda, el dolor más grande de todos.
Dicho esto, no puedo obviar una triste realidad que me ha roto
desde el principio y quisiera que estas líneas sirvieran de reflexión:
¿realmente habría pasado lo mismo si en lugar de una mujer hubiera
sido un hombre quien se reunió con el presidente? ¿Se habrían dicho
las mismas cosas, con el mismo tono y el mismo juicio? ¿Habría
despertado tanto morbo, tanto machismo rancio y tanto prejuicio? Ese
enfoque profundamente sexista ha servido como cortina de humo para
desviar la atención de lo verdaderamente importante: esclarecer las
responsabilidades que se derivaron de aquella jornada. No se puede
construir un relato cargado de insinuaciones y morbo para distraer el
foco de lo que realmente importa. Es realmente triste y decepcionante,
porque no solo me ha hecho daño a mí, sino que ha distorsionado una
historia que merece ser abordada con rigor y respeto.
Estar allí aquel día fue una maldita coincidencia y un
horrible golpe de mala suerte. Pudo haber sido cualquier otro, pero fue
ese día. El día más difícil y duro para miles y miles de
valencianos. Ese es y será siempre mi tormento, y tendré que aprender a
sobrellevar esa carga durante toda mi vida.
Lo único que pido ahora es respeto. Respeto hacia mi persona,
hacia mi familia y hacia mi vida privada. Respeto para poder seguir
adelante sin que mi nombre se siga utilizando como arma política ni
como entretenimiento morboso.
Pero, sobre todo, pido respeto para las víctimas. Porque a
ellas es a quienes les debemos sensatez. Les debemos que su dolor no se
utilice ni se banalice.
Y a los responsables les corresponde dar las explicaciones que
yo no puedo dar, porque nunca he ostentado ningún cargo público ni ese
día tuve capacidad de decisión alguna. Ojalá hubiera estado en mis
manos hacer algo, pero no fue así. Por eso el foco debe estar donde
corresponde: en las personas que aquel día tenían responsabilidades y
poder de decisión. Son ellas las que deben dar explicaciones.
Y para concluir, me gustaría agradecer a todas aquellas
personas que me han acompañado en este proceso. Han sido muchas: desde
mi círculo más cercano hasta mi entorno profesional, compañeros de
medios de comunicación y ciudadanos completamente anónimos que han
querido hacerme llegar su solidaridad y su apoyo. Gracias de corazón,
porque es lo que me ha sostenido en pie“.