ARTICULOS DE OPINION


Revista digital de arte, cultura y opinión en Alicante. Enlace con POESIA PALMERIANA. En estas páginas no podemos estar ajenos a lo que pasa en España ni en el mundo. Dirigida por el escritor, poeta y pintor Ramón PALMERAL. Los lectores deciden si este blog es bueno, malo, o merece la pena leerlo. El periodismo consiste en decir lo que a algunos no les gustaría leer.

jueves, 1 de febrero de 2024

Ricardo Wall, marqués de la Ensenada, Jorge Juan, Londres

 


Wall y Devreux, Ricardo. El Dragón. Nantes (Francia), 5.XI.1694 – Soto de Roma (Granada), 26.XII.1777. General, diplomático y ministro.

Ricardo Wall y Devreaux “nació de paso, siguiendo sus padres al Rey de Inglaterra”, en la ciudad francesa de Nantes, en el seno de una familia de irlandeses exiliados jacobitas. Fue bautizado dos días después en la iglesia de Saint Nicolas, en circunstancias desventuradas. En la ceremonia ni siquiera se encontraba su padre, Matías Wall, natural de Killmallock, “noble ausente”, antiguo oficial del Ejército de Jacobo II (había sido “enseña” en el Regimiento Fitz-James), que probablemente servía en ese momento en el Ejército de Luis XIV, como tantos otros irlandeses. Él y su esposa, Catalina Devreaux, natural de Bucheres, habían huido de Irlanda en 1691 tras la derrota de Jacobo en la batalla del Boyne ante las tropas de Guillermo III, y vivían en el “Foso del pozo de la plata” bajo el amparo de algún familiar, probablemente Gilberto Wall, que aparece como padrino en la partida de bautismo.

Nada se conoce de sus primeros años hasta que, en torno a 1710, fue recibido como paje de la Duquesa de Vendôme. La muerte de Luis XIV y la paz con Inglaterra produjeron un giro inesperado en la situación de los exiliados irlandeses, por lo que Ricardo Wall dejó Francia y entró al servicio de Felipe V, gracias a la protección de la duquesa, que le entregó una carta de recomendación para el Monarca y para el ministro Alberoni. Su primer destino fue la Real Compañía de Guardia Marinas, fundada en Cádiz por Patiño en 1717, donde se graduó en la segunda promoción. Inmediatamente después, embarcó en el buque insignia de la escuadra española, el Real Felipe (setenta y cuatro cañones), al mando del almirante Gaztañeta, con el cual participó en la campaña de Sicilia (1718) hasta el hundimiento de la flota española en la batalla de Cabo Passaro. Tras el desastre, Wall pasó al Regimiento de Infantería de Hibernia, al mando del marqués de Lede. Con el grado de alférez, tomó parte en la campaña terrestre de la guerra, en acciones como las de Melazzo y Francavilla.

En la siguiente campaña —Ceuta (1720-1721)—, Wall aparece ya como aide de camp del marqués, y al final, fue ascendido a capitán del Regimiento de Batavia (de Dragones). En su hoja de servicios se destaca por estas fechas su “viveza y aptitud para cualquier cosa”; pero también se menciona ya que es “propenso a sus diversiones”, una de sus señas de identidad, compartida con tantos otros socarrones solteros de la época: “yo no tiento por la amenaza de casarme, déjeme V. E. gozar con tranquilidad de mi buena fortuna”.

En 1727, Wall acompañó al duque de Liria en su embajada a Rusia. Era, según el duque, “un hombre en quien ponía toda mi confianza, con quien desabrochaba mi corazón en todos mis disgustos, que no eran pocos”. Liria había nacido también en el exilio francés (Saint Germain-en-Laye, 1696) y era hijo del duque de Berwick, descendiente por tanto del mismísimo Jacobo II. El patrocinio del duque, basado en esta solidaridad de origen, relanzó la carrera militar de Wall, que fue agasajado por el Rey de Prusia, de quien recibió la Orden de la Generosidad, y por el propio Zar. Liria incluso llegó a proponer que se le diese el puesto de embajador en Berlín, proyecto que no prosperó.

Wall tenía así su primer contacto con el mundo diplomático y conocía algunas de las capitales más representativas del continente: Parma, Viena, Dresde, Berlín, San Petersburgo y Moscú. De regreso a España.

 En Londres se alojó en una mansión de Soho Square, la zona de moda de la ciudad; disfrutó de la intensa vida social al uso para diplomáticos y se mostró hábil y perspicaz en las ocasiones en se requirió. Por estas fechas fue retratado por Van Loo (obra que se conserva en la National Gallery de Dublín), encargó un Santiago a Tiépolo para la capilla de su iglesia (cuadro que actualmente se puede visitar en el Szépmüvészeti Múzeum de Budapest) o patrocinó a hombres como Smollett, cuya traducción del Quijote al inglés (1755) está dedicada al propio Wall.

Su embajada londinense resultó notablemente provechosa en el terreno diplomático, pero no fue él el único responsable de la buena marcha de las relaciones hispano-británicas. El embajador inglés Benjamin Keene y Carvajal resolvieron en Madrid la mayor parte de los espinosos problemas bilaterales, empezando por la firma del Tratado del Asiento, en 1750; mientras, en secreto, el marqués de la Ensenada intentaba, a su manera, involucrar al embajador en sus planes de espionaje militar. La limitada capacidad de Wall para estos menesteres, confesada por él mismo, obligó al marqués a enviar a Londres a Jorge Juan, el marino y matemático que colmó con creces las aspiraciones del ministro de Marina. Con todo, Wall jugó siempre un papel digno, aunque a la vieja usanza, sin entrar en las “picardigüelas” de Ensenada. Entre sus logros diplomáticos más destacados cabe señalar la paralización de un proyecto inglés de exploración del Mar del Sur, a petición suya, su viaje a Hanover junto al monarca inglés en su visita bianual de sus dominios electorales, o su breve estancia en Madrid, en 1752, en la que, además de conocer personalmente a Carvajal y a los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza —a los que causó una gratísima impresión—, obtuvo, a pesar de las conspiraciones francesas para sustituirle por Grimaldi, el nombramiento de teniente general y la confirmación de su puesto.

Dos años después, tras la repentina muerte de Carvajal (8 de abril de 1754), Wall apareció como la solución idónea para ocupar el puesto a pesar de que su origen extranjero y su fama de antijesuita —excitada por el padre Rávago, confesor de Fernando VI— produjeron el rechazo de los sectores más ensenadistas de la Corte. Pero Ensenada era ya objeto de la conspiración que lo apartaría del poder el 20 de julio y Huéscar inclinaba a Fernando VI a elegir a Wall por ser éste el más próximo a los postulados políticos de Carvajal en lo referente al mantenimiento a ultranza de la neutralidad, la obsesión del Monarca.

Caído Ensenada, su gestión política al frente de Estado comenzó en medio de la agitación que produjo lo que, en España y en Europa, se vio como un gran éxito de los ingleses en Madrid: en todas las cortes se pensó que la guerra era inminente. Wall temió durante unos meses la vuelta al poder de los ensenadistas, consciente de los apoyos que tenía el marqués, entre ellos el del jesuita padre Rávago, su enemigo más declarado, que todavía siguió en la Corte al lado del Rey. Pensó que colegiales y jesuitas conspiraban contra él, mientras era objetivo declarado de las intrigas de los franceses, que debían recuperar como fuera la valiosa alianza española. La embajada francesa divulgó el cliché del Wall anglófilo que le acompañaría ya siempre. Sin embargo, Wall fue la pieza clave del mantenimiento del sistema de neutralidad “religiosa”, como él la denominaba, convirtiendo la posición española en el detonante de la “Reversión de Alianzas” europea que presidió el enfrentamiento anglo-francés durante la Guerra de los Siete Años.

Sin ceder a las continuas trampas y ofrecimientos de Francia y de Inglaterra, Wall consiguió mantener la neutralidad hasta la llegada de Carlos III. Superó numerosos incidentes, como el del Antigallican, el ataque a la flota pesquera vasca en Terranova, o la toma de Guadalupe por los ingleses en abril de 1759; rechazó negociar lo que pensó que no eran más que chantajes (Menorca, Gibraltar); tranquilizó a Isabel Farnesio y al futuro Carlos III, que temían la pérdida de América a consecuencia de la guerra y hasta que hubiera un complot en el lecho del moribundo de Villaviciosa de Odón. Fiel a su rey Fernando VI, Wall soportó con enorme entereza su cruel enfermedad, dirigiendo todo en el gobierno durante el “Año sin rey” y procurando encontrar los mecanismos para entronizar al futuro Carlos III, cuyas dudas y falta de decisión para tomar las riendas en una situación tan tormentosa le llegaron a exasperar. La muerte de Fernando VI el 10 de agosto de 1759 fue para Wall el fin de una pesadilla, que él mismo dijo que no quería recordar nunca; pero su vida política iba a ser igualmente agitada con el nuevo Rey.

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