Cien años no son nada.
Antonio Calado Rodríguez cumple el próximo mes un siglo de vida, setenta de ellos vividos en Alicante; el martes recibió un cálido homenaje en la Comandancia de la Guardia Civil por su trayectoria

Antonio Caladi Rodríguez posa en la entrada del centro de día a la que acude muchos días. / Pepe Soto
Trabajó mucho en el campo entre dos soles. Comía poco en tiempos difíciles de guerra y hambre. Al finalizar el servicio militar entró en la Benemérita. Se jubiló en 1975, al cumplir los cincuenta. De eso ya hace medio siglo. El pasado martes recibió un sincero homenaje en la Comandancia de la Guardia Civil de Alicante por su trayectoria y por su veteranía. Ha anotado sus recuerdos en un libro: Toda una vida. No quiere hablar de política.
Antonio Calado Rodríguez (Guadalcanal, 1925) creció en tiempos inestables y de extrema pobreza. Su padre, Francisco, fue un ganadero que adiestraba toros y bueyes para que tirasen de los carros en tierras de labranza o por caninos de tierra y piedras. Pero estalló la Guerra Civil. Antonio tenía once años. La madre, Rafaela, no tuvo más remedio que sacarlo de la escuela del pueblo y enviar al chiquillo y a su hermana, Encarnación, con el abuelo Manuel en una casa de dos plantas, en Fuente del Arco, en la provincia de Badajoz: la primera para comer y dormir, la segunda era un almacén de trigo y paja. Las gallinas cacareaban sin descanso por el patio. «Era un chico normal, delgadito y estirado, pero segaba cebada y me encargaba de los cerdos, de las cabras y de las mulas», recuerda. «Durante la guerra no teníamos ni pan: comíamos algarrobas, bellotas, setas y lentejas; lo que pillábamos por el campo».
Los pueblos se quedaron vacíos de hombres que tuvieron que partir a la guerra, entre bombardeos, tiros y miseria. Antonio no sabía en qué zona se encontraba de los dos bandos. Su madre limpiaba en la casa de un militar; a su padre, que «casualmente estaba en zona roja», lo perdieron de vista hasta que acabó la contienda entre españoles, en 1939. Su madre colgó una sábana blanca en lo más alto de una encina para que su marido se orientara a su regreso del frente. Tiempo atrás, Francisco envío una carta a los suyos desde Albacete que llegó a Guadalcanal dos años más tarde.
Antonio trabaja con la azada desde la salida del sol al ocaso en campos situados entre Peñarroya y Villanueva, desde donde observaban fogonazos de bombas, se escuchaban los sonidos de las balas y los chirridos de railes que soportaban trenes cargados de heridos, pero huérfanos de víveres. Cada día, durante largos meses, acudía a la estación ferroviaria en espera del padre. Se reencontraron tiempo más tarde, acabada la guerra. Los dos trabajaron juntos colocando traviesas para asentar las vías por donde viaja el ferrocarril.
No era lo suyo. Barajó varias opciones: cartero, policía o algo similar. En 1946, ya cumplida su obligación con el servicio militar, tenía una ilusión: ser guardia civil; la otra opción era malvivir en campos áridos y en labores de pastoreo. A su madre no le gustó la propuesta, se disgustó bastante. En 1950 ingresó en la academia del benemérito cuerpo, en Sevilla. En esa instancia de formación, cada despertar y cada noche enviaba cartas a la mujer de su vida, Ana, madre de sus dos descendientes: Ana María y Antonio, ya nacidos en Alicante.
Años del estrasperlo
En una España pobre, Antonio Calado, mosquetón o subfusil en hombro, tuvo que registrar a personas que transportaban en sus carros garrafas de aceite, cereales y sacos de pan duro. Más que estraperlo era mercancía para que pudieran subsistir familias y aldeas enteras. Como miembro de la Guardia Civil tuvo infinitos destinos. De soltero residió en casas cuartel de diversas localidades andaluzas, como en un puesto de Sierra Nevada (Granada).
Se casó en 1954, de uniforme. Por el banquete pagaron 28 pesetas. Meses después fue destinado a la Comandancia de Alicante. La pareja se alojó en una vivienda en el barrio del Pla. Ahí nació su hija Ana María. Fue destinado como funcionario a controlar los muelles del Puerto de Alicante, en la unidad de Aduanas, entre otras misiones. Su hijo, Antonio, nació una década más tarde. «Vine a Alicante para un año y llevó aquí más de setenta», recuerda.
Antonio Calado se jubiló a los 50 años, en 1975, con los armarios repletos de uniformes y botas que enterró en un hoyo en un descampado una mañana cualquiera. Se quedó con el tricornio de tres puntas que siempre tuvo y con los recuerdos. Se retiró del servicio como suboficial de la Guardia Civil. Tiene cuatro nietos, a la par, chicos y chicas, y dos bisnietos. Su esposa falleció hace tres años.
Ahora es medio pensionista en un centro de personas mayores, en el barrio de Babel. Hace gimnasia, practica juegos, ríe… Es feliz. «Aquí me cuidan y me dan mucho cariño, especialmente Ana, Rebeca y Alberto». Y ha escrito y publicado el libro titulado Toda una vida, con la ayuda del terapeuta y su amigo Alberto Company, editado por la plataforma Envita en colaboración con la residencia Domusvi. El escrito narra gran parte de su historia y sus metas pendientes.
(Homenaje recibido el 20 de mayo de 2025 en 321 Comandancia de Alicante)
El pasado martes, la Guardia Civil celebró el 181 aniversario de su fundación. Uno de los homenajeados fue Antonio Calado Rodríguez. Recibió, entre aplausos, un diploma, un trofeo y copias de documentos de su carrera profesional; también su hoja de servicios en el instituto armado. Dedicó amables palabras a su esposa, Ana, a su familia, a los trabajadores de la residencia. «A escasos 25 días de cumplir cien años jamás hubiera imaginado seguir escribiendo un nuevo capítulo de mi vida junto al cuerpo», dijo en su breve discurso en el patio de la Comandancia.
Antonio dice que no piensa mucho en el futuro, salvo vivir algo de un mes más para ser un alicantino centenario. Tiene ganas de seguir cargado de memorias y con su gente.
Cien años no son nada, como escribió Benito Pérez Galdós y cantó Carlos Gardel en uno de sus mejores tangos.
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(Foto de Antonio Calado en el patio de la Comandancia recibe condecoración por el Primer Jefe de la Comandancia y en presencia de autoridades. Foto de R. Palmeral 20-05-2025)