Un mal ejemplo en la lucha contra la violencia en el fútbol
Lo ocurrido al término de la final del Mundial de Clubes entre el Chelsea y el PSG el domingo 13 de julio de 2025 representa un lamentable episodio que empaña el espíritu deportivo que debería prevalecer en este tipo de competencias. Lejos de ser un alegato contra la violencia, lo sucedido fue todo lo contrario: un ejemplo de lo que no debe ocurrir nunca en una cancha.
Tras la derrota del PSG por 3-0 ante un Chelsea claramente superior y más contundente, el entrenador del equipo parisino, Julio Enrique de nacionalidad española, perdió los papeles de manera inaceptable. En un momento de frustración, el entregador del PSG, agredió físicamente a Joao Pedro, un jugador brasileño del equipo rival, una acción que no solo viola el reglamento, sino que atenta contra los valores del deporte y la convivencia.
Es inadmisible que quien debe ser un ejemplo para sus jugadores —y para el público en general— actúe con tal violencia. Un entrenador no solo dirige tácticamente, también representa el liderazgo emocional del equipo. Su comportamiento, por tanto, tiene un peso especial. Convertirse en un promotor de la agresión, incluso en un momento de alta tensión, es un mensaje peligroso.
El fútbol, como todo deporte, implica pasión, pero también exige respeto, autocontrol y responsabilidad. La derrota debe asumirse con dignidad, y más aún cuando el rival fue claramente superior. Chelsea se impuso con justicia, con un juego sólido y efectivo, y mereció el título. Lo que ocurrió después del pitazo final no debe repetirse ni quedar impune.
Este hecho debe invitar a una reflexión seria sobre el papel de los entrenadores en la formación de valores dentro del deporte profesional, y sobre la necesidad de sancionar con firmeza cualquier expresión de violencia, venga de donde venga.