El 4 de diciembre de 1870 la delegación española, compuesta por 24
diputados a Cortes y encabezadas por el propio presidente, Manuel Ruiz
Zorrilla, fue recibida en el palacio florentino Pitti por Víctor
Manuel y su hijo. La partida de Amadeo se fijó para el 25 de diciembre
en la fragata Numanzia, para poder
hacer su entrada en la capital el primer día de año nuevo. Su esposa
permaneció en Turín convaleciente de su segundo parto pero, cuando se
recuperó, salió hacia España el 9 de marzo de 1871 y el rey fue a
recibirla a Alicante el día 17.
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Un breve y accidentado reinado
El 4 de diciembre de 1870 la delegación española,
compuesta por 24 diputados a Cortes y encabezadas por el propio
presidente, Manuel Ruiz Zorrilla, fue recibida en el palacio florentino
Pitti por Víctor Manuel y su hijo. La partida de Amadeo se fijó para
el 25 de diciembre en la fragata Numanzia, para
poder hacer su entrada en la capital el primer día de año nuevo. Su
esposa permaneció en Turín convaleciente de su segundo parto pero,
cuando se recuperó, salió hacia España el 9 de marzo de 1871 y el rey
fue a recibirla a Alicante el día 17. Cuando Amadeo llegó el 30 de
diciembre a Cartagena conoció inmediatamente la noticia de la muerte de
Prim. Ya en Madrid, en el palacio de las Cortes, tuvo lugar el
juramento, la visita a la viuda de Prim y la fría acogida del pueblo
madrileño, especialmente evidente por parte de la aristocracia que
mantuvo cerradas puertas y ventanas ante el paso de la comitiva regia,
como muestra de su rechazo ante una dinastía, extranjera, y que había
sido instaurada por una revolución. Esta actitud se hizo extensiva a la
reina y fue puesta de manifiesto en varias ocasiones. Así, por
ejemplo, fue muy difícil encontrar alguien para que ocupara el puesto
de camarera mayor de M.ª Victoria. Uno de los incidentes más conocidos
en este sentido fue el de «las mantillas», protagonizado por damas
isabelinas y carlistas que las lucieron con símbolos isabelinos y
carlistas. También los desaires sufridos por la reina en un concierto
en el Retiro, en otoño de 1872: cuando M.ª Victoria llegó todos los
asientos estaban ocupados pero nadie se levantó para ceder su sitio.
El nacimiento del tercer hijo de los reyes, Luis Amadeo, desencadenó
una verdadera crisis de gobierno al no ser aceptados de buen grado por
el presidente del Gobierno los deseos de privacidad expresados por el
rey en la noche del alumbramiento. Un malestar que se hizo
especialmente evidente en el banquete organizado para celebrar el
nacimiento y bautizo del príncipe, ya que solo concurrieron al evento
la mitad de los invitados esperados.
A su llegada a España las expectativas sobre las
actuaciones de Amadeo eran muy grandes y lógicamente desbordaron las
posibilidades reales de ejercer el poder que poseía el nuevo monarca.
Pérez Galdós señala que de él se esperaba que removiese «el fondo de la
superficie política, las costumbres políticas, como un rey nuevo, un
rey de fuera que nos diese lo que no teníamos y acabara con el
tejemaneje moderado y unionista». En alguno de los poemas que se
escribieron para ensalzarle se apela al monarca que «a nuestros
reveses pone fin y sienta ley» y, en otros, se presenta como el
«padre», «defensor», «protector», «sacerdote que no engaña en los
altares de la nueva ley», cuyo reinado supondría «liberales remedios» a
todos los males, de un país enfermo al que Amadeo «vino a curar». El
rey «justo, libre y esforzado» llenaría la nación «de paz, de gozo,
de ventura, iris consolador de bienandanza».
Los reyes, desde el principio, dieron pruebas sobre
su voluntad de propiciar la cercanía popular: viajaban en los tranvías,
asistían a conciertos populares, entraban en las tiendas, tomaban
helados en el café y no tenían un lugar reservado en la iglesia. En el
palacio vivieron de forma muy modesta y desde el principio se
mostraron muy preocupados por los más necesitados, especialmente la
reina, cuya labor benéfica fue puesta de manifiesto en muchas
ocasiones: la inauguración del asilo para las lavanderas, un hospital
para niños desamparados, una casa-colegio para los hijos de las
cigarreras, reparto periódico de alimentos entre los pobres de la
capital, etc. La imagen de la reina era la
de una mujer muy piadosa, cercana a los más desfavorecidos, sin
embargo su actitud fue criticada por monárquicos y republicanos que
veían en estos actos una mera demostración de propaganda y un excesivo
acercamiento de la reina a los sectores más conservadores de la
sociedad y la política.
Desde la perspectiva política, cabe indicar que en
los dos años que duró el reinado se celebraron tres elecciones generales
y hubo ocho ministerios, presididos por Serrano, Ruiz Zorrilla,
Malcampo y Sagasta. Durante este periodo se consolidó la escisión
entre los seguidores de Prim, sagastinos y zorrillistas, y la ruptura
definitiva de la coalición que había impulsado el proceso
revolucionario en 1868. Las divisiones gubernamentales y el clima de
inestabilidad creciente que rodeaba al monarca trataron de paliarse
con una imagen del rey activo, preocupado por los males que afectaban
al país y deseoso de conocerlos de primera mano. Se organizaron viajes
por toda España para propiciar un mayor apoyo popular, aunque
acontecieron algunos altercados en aquellas provincias cuya población
demostraba una clara afinidad hacia el republicanismo. También
surgieron nuevos problemas con los carlistas, que iniciaron una nueva
guerra civil en abril de 1871.