El boicot de España a Eurovisión me parece una forma bastante infantil de protesta por la participación de la canción de Israel. Es comparable a quien se dispara en el pie solo para llamar la atención: la medida no causa daño al supuesto adversario, sino que perjudica principalmente al propio país. La pérdida económica, el impacto mediático y el retroceso en visibilidad internacional son costes que España asumiría en solitario, sin obtener un beneficio real. Quien se perjudica: la industria musical española que da muchos empleos.
Además, la postura resulta incoherente e hipócrita si, mientras se hace un gesto público de rechazo, por detrás se mantienen o incluso se amplían relaciones en ámbitos mucho más sensibles. Hablo, por ejemplo, de compras de material militar —como millones de balas— o de tecnología de espionaje informático, como el uso de software intrusivo tipo Pegasus, o la adquisición de equipamiento para desbloquear teléfonos móviles. Si estas relaciones continúan sin cuestionarse, el boicot a un evento cultural musical acaba pareciendo solo un gesto simbólico vacío, más orientado a la imagen que a una política exterior coherente y efectiva.
En definitiva, es una postura que pretende presentarse como firme o moralmente ejemplar, pero que en la práctica combina teatralidad con contradicciones difíciles de justificar. Si estoy de acuerdo que Israel ha cometido un genocidio en Gaza. Una acción desproporcionada -desde el punto de vista occidental- aunque con Hamás no se puede dialoga a medias tintas, con el fanatismo es el todo nada, así es la mentalidad palestina.
Pero es que tenemos un presidente del gobierno como Pedro Sánchez que no se entera de nada con la muletilla de "no me consta", y así vamos, en un declive. Que en cualquier momento cambia de opinión.
Ramón Palmera
