(Discurso de filósofo Byung-Chul Han en el premio Princesa de Asturias 2025)
En opinión de Ramón Palmeral, filósofo de la vida empírica y diablo
El filósofo Byung-Chul Han, premio Princesa de Asturias 2025, no aporta una visión completamente nueva sobre el destino del ser humano respecto a lo que ya había anticipado José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, se comenzó a publicar en 1927 en forma de artículos en el diario El Sol. Ambos coinciden en señalar la pérdida de la individualidad y la creciente subordinación del hombre a un sistema social que lo convierte en una pieza más de un engranaje del que resulta casi imposible escapar. Ortega describía al “hombre masa” como aquel que renuncia a su singularidad para integrarse en una colectividad sin ideas propias, fácilmente manipulable y esclavo de sus propias limitaciones. Esclavo del smarphone, de los "medos" (medios de comunicación) hacia un pensamiento único, ante una democracia limitada a una votación periódica de 4 ó 5 años, y que no puede cambiar nada entre voto y voto. Una justicia politizadas y una garantías manipulables, es decir somo como piezas del engranaje de una caja de cambio, de la que no puede salir.
Han retoma y actualiza esta preocupación, situándola en el contexto contemporáneo de la digitalización y el capitalismo neoliberal. En sus obras, analiza cómo la sociedad del rendimiento, la hiperconectividad y la exposición constante en redes sociales conducen a una nueva forma de esclavitud: el individuo se explota a sí mismo creyendo ser libre. De esta manera, su análisis resulta especialmente fértil, pues proporciona herramientas conceptuales para comprender fenómenos actuales como la deshumanización, el aislamiento social y la pérdida de la autenticidad en las relaciones humanas.
En definitiva, aunque Han no rompe radicalmente con las ideas de Ortega y Gasset, sí amplía su diagnóstico al explorar las condiciones tecnológicas y psicológicas del sujeto moderno, ofreciendo una reflexión profunda sobre cómo el hombre contemporáneo se convierte, una vez más, en víctima de sí mismo y de las estructuras que él mismo ha creado.
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Reproducimos a continuación el discurso íntegro que ha pronunciado tras recoger el premio en el Teatro Campoamor de Oviedo (tomado de La Razón):
Majestades,
Altezas Reales,
dignísimas autoridades,
distinguidos premiados,
señoras y señores.
Es para mí un gran honor, a la par que una inmensa alegría, recibir tan alta distinción en esta histórica ciudad de Oviedo.
En
la Apología, el famoso diálogo de Platón, cuando Sócrates expone su
propia defensa después de haber sido condenado a muerte, explica cuál es
la misión del filósofo. La función del filósofo consistiría en agitar a
los atenienses y despertarlos, en criticarlos, irritarlos y
recriminarlos, igual que un tábano pica y excita a un noble caballo cuya
propia corpulencia lo vuelve pasivo, y así lo espolea y estimula.
Sócrates compara a ese caballo con Atenas.
Yo soy filósofo. Como
tal, he interiorizado esta definición socrática de la filosofía. También
mis textos de crítica social han causado irritación, sembrando
nerviosismo e inseguridad, pero al mismo tiempo han desadormecido a
muchas personas. Ya con mi ensayo La sociedad del cansancio traté de
cumplir esta función del filósofo, amonestando a la sociedad y agitando
su conciencia para que despierte. La tesis que yo exponía es,
efectivamente, irritante: la ilimitada libertad individual que nos
propone el neoliberalismo no es más que una ilusión.
Aunque hoy creamos
ser más libres que nunca, la realidad es que vivimos en un régimen
despótico neoliberal que explota la libertad. Ya no vivimos en una
sociedad disciplinaria, donde todo se regula mediante prohibiciones y
mandatos, sino en una sociedad del rendimiento, que supuestamente es
libre y donde lo que cuenta, presuntamente, son las capacidades. Sin
embargo, la sensación de libertad que generan esas capacidades
ilimitadas es solo provisional y pronto se convierte en una opresión,
que, de hecho, es más coercitiva que el imperativo del deber. Uno se
imagina que es libre, pero, en realidad, lo que hace es explotarse a sí
mismo voluntariamente y con entusiasmo, hasta colapsar. Ese colapso se
llama burnout. Somos como aquel esclavo que le arrebata el látigo a su
amo y se azota a sí mismo, creyendo que así se libera. Eso es un
espejismo de libertad. La autoexplotación es mucho más eficaz que ser
explotado por otros, porque suscita esa engañosa sensación de libertad.
También
he señalado en varias ocasiones los riesgos de la digitalización. No es
que esté en contra de los smartphones ni de la digitalización. Tampoco
soy un pesimista cultural. El teléfono inteligente puede ser una
herramienta utilísima. No habría problema si lo usáramos como
instrumento. Lo que ocurre es que, en realidad, nos hemos convertido en
instrumentos
de los smartphones. Es el teléfono inteligente el que
nos utiliza a nosotros, y no al revés. No es que el smartphone sea
nuestro producto, sino que nosotros somos productos suyos. Muchas veces
sucede que el ser humano acaba convertido en esclavo de su propia
creación. Las redes sociales también podrían haber sido un medio para el
amor y la amistad, pero lo que predomina en ellas es el odio, los bulos
y la agresividad. No nos socializan, sino que nos aíslan, nos vuelven
agresivos y nos roban la empatía. Tampoco estoy en contra de la
Inteligencia Artificial. Puede ser muy útil si se emplea para fines
buenos y humanos. Pero también con la Inteligencia Artificial existe el
enorme riesgo de que el ser humano acabe convertido en esclavo de su
propia creación. La Inteligencia Artificial puede ser empleada para
manejar, controlar y manipular a las personas. Por eso, la tarea
acuciante de la política sería controlar y regular el desarrollo
tecnológico de manera soberana, en lugar de simplemente seguirle el
paso. La tecnología sin control político, la técnica sin ética, puede
adoptar una forma monstruosa y esclavizar a las personas.
Últimamente
he reflexionado mucho sobre la creciente pérdida de respeto en nuestra
sociedad. Hoy en día, en cuanto alguien tiene una opinión diferente a la
nuestra, lo declaramos enemigo. Ya no es posible un discurso sobre el
que se base la democracia. Alexis de Tocqueville, autor de un famoso
libro sobre la democracia estadounidense, ya sabía que la democracia
necesita más que meros procedimientos formales, como son las elecciones y
las instituciones. La democracia se fundamenta en lo que en francés se
llama "moeurs", es decir, la moral y las virtudes de los ciudadanos,
como son el civismo, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el
respeto. No hay lazo social más fuerte que el respeto. Sin moeurs, la
democracia se vacía de contenido y se reduce a mero aparato. Incluso las
elecciones degeneran en un ritual vacío cuando faltan estas virtudes.
La política se reduce entonces a luchas por el poder. Los parlamentos se
convierten en escenarios para la autopromoción de los políticos. Y el
neoliberalismo ha creado ya una gran cantidad de perdedores. La brecha
social entre ricos y pobres se sigue agrandando cada vez más. El miedo a
hundirse socialmente afecta ya a la clase media. Precisamente estos
temores son los que lanzan a la gente hacia los brazos de autócratas y
populistas.
Creemos que la sociedad en la que vivimos
hoy es más libre que nunca. En cualquier ámbito de la vida, las opciones
son infinitas. También en el amor, gracias a las aplicaciones de citas.
Todo está disponible al instante. El mundo se asemeja a un gigantesco
almacén donde todo se vuelve consumible. El infinite scroll promete
información ilimitada. Las redes sociales facilitan una comunicación sin
límites. Gracias a la digitalización, estamos interconectados, pero nos
hemos quedado sin relaciones ni vínculos genuinos. Lo social se está
erosionando. Perdemos toda empatía, toda atención hacia el prójimo. Los
arrebatos de autenticidad y creatividad nos hacen creer que gozamos de
una libertad individual cada vez mayor. Sin embargo, al mismo tiempo,
sentimos difusamente que, en realidad, no somos libres, sino que, más
bien, nos arrastramos de una adicción a otra, de una dependencia a otra.
Nos invade una sensación de vacío. El legado del liberalismo ha sido el
vacío. Ya no tenemos valores ni ideales con que llenarlo.
Algo no va bien en nuestra sociedad. Mis
escritos son una denuncia, en ocasiones muy enérgica, contra la
sociedad actual. No son pocas las personas a las que mi crítica cultural
ha irritado, como aquel tábano socrático que picaba y estimulaba al
caballo pasivo. Pero es que, si no hay irritaciones, lo único que sucede
es que siempre se repite lo mismo, y eso imposibilita el futuro. Es
cierto que he irritado a la gente. Pero, afortunadamente, no me han
condenado a muerte, sino que hoy soy honrado con la concesión de este
bellísimo premio. Se lo agradezco de todo corazón. Muchísimas gracias.
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Pero no tiene razón en todo lo que dice aunque nos parezca bonito
Aunque el filósofo Byung-Chal Han (surcoreano educado
en Alemania) Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025 diga que es católico, yo pienso que
su pensamiento es más budista. Ni la contemplación que predica ni el “Beatus
Ille” de Horacio del siglo I antes de Cristo, no son posibles de aplica hoy día
en una sociedad occidental en la 4º revolución industrial como es la informática.
Queda muy bien como lectura del pensamiento como su libro “La sociedad del
cansancio” de 2010, emparentado con el libro “El monje que vendió su Ferrari”. Los paraísos están en tu
interior, no busques en otro parte, lo
tienes en tu cabeza y en tu forma de pensar. Un monje es feliz en su vida
contemplativa y su pobreza en el convento, porque no desea las posesiones de
otros, y se somete a la disciplina de la obediencia del superior y no caer en
los pecados capitales (soberbia, avaricio, lujuria, ira, gula, envidia y
pereza) en decir, la anulación del yo en favor de la comunidad monacal.
Sobe se esclavo del Smartphones, bendita herramienta fundamental para el progreso del hombre,
yo que nací en 1947, relaciones epistolares de noviazgo y no tuve teléfono
hasta los ochenta, y móvil a los 2000, sabemos muy bien de las ventajas de llevar en
bolsillo un ordenador “bruja de información” portátil con acceso a todas
al enciclopedias del mundo, y la comunicación con el wasatppa y teléfono.
La filosofía oriental no experimentó un
"Renacimiento" en el mismo sentido que la filosofía occidental, con la recuperación de textos
grecolatinos, sí hubo períodos de desarrollo propio y un importante intercambio
cultural. El budismo, por ejemplo,
se adaptó y evolucionó significativamente en países como Japón y Tíbet,
mientras que en los siglos XVIII y XIX, las traducciones y el interés
occidental por textos orientales enriquecieron el pensamiento occidental.
Desarrollo
de la filosofía oriental
- Influencia mutua: El pensamiento occidental y
oriental han influido mutuamente a lo largo de la historia, aunque a
menudo esto no se reconoce.
- Desarrollos específicos: Las tradiciones filosóficas
orientales se desarrollaron a través de escuelas independientes con sus
propios pensadores y obras, como en el caso del budismo en Tíbet y China.
- Adaptación y evolución: El budismo, por ejemplo, se
adaptó a diferentes contextos culturales, dando lugar a nuevas escuelas y
enfoques que continuaron su desarrollo hasta la actualidad.
- Intercambio cultural: Las ideas de unidad cósmica,
ética universal e introspección, presentes en filosofías orientales,
comenzaron a influir en el pensamiento renacentista, humanista y místico
occidental, aunque el mayor intercambio se dio en los siglos posteriores.
La filosofía
oriental y el Renacimiento
- Renacimiento europeo: El Renacimiento europeo se
caracterizó por un renovado interés en las ideas clásicas de Grecia y
Roma, y el desarrollo de nuevas formas de pensar y estudiar el mundo.
- Filosofía oriental en el
Renacimiento: Aunque
la filosofía oriental no fue central en el Renacimiento, sus ideas
sembraron una curiosidad que floreció en siglos posteriores.
- Enriquecimiento mutuo: En los siglos XVIII y XIX, con
las traducciones de los orientalistas, las filosofías orientales
enriquecieron el pensamiento occidental, contribuyendo al diálogo
filosófico global.
El budismo enseña que la raíz del sufrimiento es el deseo, no que debas renunciar a todos los
deseos, sino que el apego incontrolado y la avidez son los que causan
infelicidad. El objetivo budista es transformar el deseo y cultivar la
ausencia de apego a los resultados, no eliminar el deseo biológico de vivir,
sino el deseo de poder, fama, o la búsqueda de felicidad en objetos externos.
El deseo en
el budismo
- Causa del sufrimiento: Según la Segunda Noble Verdad
del budismo, el deseo o «tanha» (ansia, apego) es la causa del
sufrimiento y del malestar en la vida. Esto se debe a que la búsqueda
insaciable de placeres externos lleva a la insatisfacción cuando no se
logran, o al miedo a perderlos una vez que se tienen.
- Tipos de deseo: Hay una distinción importante
entre dos tipos de deseo:
- Deseos esenciales: Son los deseos biológicos y
naturales necesarios para la supervivencia, como el deseo de comer cuando
se tiene hambre o beber cuando se tiene sed.
- Deseos no esenciales: Son los deseos que surgen del
ego, como el deseo de poder, reconocimiento, riqueza o placeres
sensoriales que no son necesarios para la vida.
- No es eliminar todo deseo: El budismo no propone eliminar
todos los deseos, sino comprender la naturaleza de estos para no quedar
atrapado por ellos.
- Un error común es inferir que
se debe eliminar todo deseo, pero la meta es deshacerse del sufrimiento,
no del deseo en sí.
- Se busca alcanzar un estado de
«ausencia de deseo» (nirvana), que no significa anular todos los anhelos,
sino liberarse de los apegos que causan sufrimiento.
Alternativa:
Vivir con «pocos deseos»
- En lugar de eliminar todos los
deseos, se promueve el cultivo de «pocos deseos».
- El objetivo es ser feliz con lo
que se tiene, en lugar de estar siempre deseando algo nuevo.
- Esto implica practicar la compasión
y la sabiduría, dos de los principios fundamentales del budismo.
- Un deseo compasivo de ayudar a
otros a ser más felices y libres es un principio budista central.
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- Ramón Palmeral, filósofo y diablo de la vida
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