Tal vez por estas razones convenga recordar algunos aspectos sobre la
Guerra Civil Española (GCE), que comenzó el 18 de julio de un lejano
1936. Tras las elecciones de febrero de ese año, que supusieron la victoria del Frente Popular, conformado por una coalición de partidos de izquierda, Manuel Azaña
(Izquierda Republicana, IR) se convirtió en presidente de la República
(lo cual indirectamente supuso perder toda influencia en la gestión
gubernamental) y Diego Martínez Barrio
(Unión Republicana, UR, 37 diputados) en presidente de las Cortes. El
Gobierno estuvo formado por miembros de IR, UR, dos independientes y un
diputado catalán de ERC (21 diputados), siendo el presidente del Consejo
de Ministros o primer ministro Santiago Casares Quiroga (IR).
El PSOE decidió no formar parte del Gobierno, aunque era el partido
que más escaños había obtenido (99, sobre un máximo de 473 que
representaron a más de 30 partidos políticos) frente a los 88 de la
Confederación Española de Derechas Autónomas (Ceda) y los 87 de
Izquierda Republicana. Lo que sucedió, más bien, es que Francisco Largo Caballero bloqueó la posibilidad de que Indalecio Prieto formarse
Gobierno socialista. Tampoco entraron en éste el PCE (17 diputados) ni sus mayores
antagonistas ideológicos, el Partido Obrero de Unificación Marxista
(Poum, 1 diputado).
Con el golpe de Estado en julio de 1936 y el inicio de la GCE, José Álvarez Junco (‘Dioses útiles’,
2016, pp. 184-186) subraya que el conflicto enfrentó a dos concepciones
de España que la defendían de una amenaza exterior. Ambos bandos
sostenían que se trataba de una nueva Guerra de la Independencia, de una defensa de España contra invasores extranjeros. Para los fascistas, los rojos eran extranjeros por ser ajenos a la tradición española; para los rojos, lo eran los fascistas
por veranear en Biarritz, obtener apoyos de la banca internacional y
someterse a la religión católica. De hecho, durante la GCE y la
postguerra el bando republicano no renunció jamás a los símbolos que
representaban la idea de España (sirva a modo de ejemplo, el nombre de
los primeros blindados que entraron en París cuando fue liberada: España Cañí, Don Quijote o Guernica, entre otros).
Durante la GCE, el bando sublevado recibió la ayuda de Italia y
Alemania, mientras que el republicano contó con la ayuda de la URSS de
Stalin. Francia, Gran Bretaña y EE.UU. se inhibieron: las democracias
occidentales carecieron del valor necesario para imponer, al precio que
fuese, una paz rápida y efectiva (Vicens Vives,
2009, p. 226). Y esta inhibición es crucial, porque la no intervención
de las democracias occidentales es el factor decisivo para que comience
la Guerra. Además, la ayuda militar alemana e italiana decantaría –mucho
más que la división en el bando republicano– el signo de la misma.
Teniendo en cuenta esta no intervención, una de las claves es hasta
qué punto la lucha y resistencia contra el fascismo y el falangismo (y/o
franquismo) estuvo controlada por los comunistas. Tras el golpe de
Estado y el comienzo de la GCE, el PSOE decidió entrar en el Gobierno
como fuerza mayoritaria. En septiembre de 1936, Largo Caballero (miembro
de este partido socialista y de la UGT) se convirtió en el presidente del Consejo
de Ministros y en el ministro de Guerra, dando entrada en su Ejecutivo a
los comunistas y a la CNT en un intento de unificar el bando
republicano. Mientras tanto, Azaña continuó siendo presidente de la
República, pero cada vez más relegado a una función secundaria.
Los anarquistas dominaron la escena revolucionaria durante casi un
año, de julio de 1936 hasta los Sucesos de Mayo de 1937 en Barcelona. Se
atribuyeron el mérito de la victoria sobre la insurrección militar en
la Ciudad Condal y en Valencia. En la primera mitad de 1937, la República perdió Málaga (febrero), se consolidó el avance franquista en Vizcaya y tuvieron lugar los Sucesos de Mayo en Barcelona. Especialmente graves fueron los enfrentamientos en esta ciudad entre el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) versus la CNT y el Poum (hechos muy conocidos gracias a George Orwell (‘Homenaje a Cataluña’).
En otras palabras, comunistas estalinistas enfrentados violentamente a
comunistas trotskistas y anarquistas. Con anterioridad a lo sucedido en
Barcelona, el PSUC había expulsado del Gobierno catalán al Poum
(diciembre del 36). Tras todos estos hechos, Largo Caballero fue
reemplazado por Juan Negrín e Indalecio Prieto se convirtió en ministro
de la Guerra (recuérdese la rivalidad entre éste y Largo Caballero).
En suma, el PCE se convirtió en el actor principal de la escena
republicana favorecido por la disciplina de su partido, la ayuda
soviética a la República, el papel desempeñado por las Juventudes
Socialistas Unificadas y su papel en la reorganización del Ejército
republicano. Desde su salida del Ejecutivo, Largo Caballero se quejará
amargamente de la influencia de los comunistas en el Gobierno de la
República Española. A esta queja se unirán poumistas y anarquistas.
En junio de 1937 (ya bajo la presidencia de Negrín) se produjo en Madrid la tortura y el asesinato del dirigente poumista
Andreu Nin a instancias de Moscú. Todo apunta a que el PCE quería
aprovechar la GCE y una hipotética victoria republicana para imponer su
dominio en España. Además, el grupo extremista del PSOE se acercó tanto
al PCE que al final se identificaron por completo (Vicens Vives, pp. 222-224).
No obstante, que el PCE luchara contra el fascismo y a favor de la
República Española no los convierte en demócratas. También Stalin lo
hizo junto a las democracias durante la II Guerra Mundial y, desde
luego, no era ningún demócrata. Y en este punto conviene recordar que
los máximos representantes del comunismo en España se acabaron exiliando
en Moscú (por ejemplo, José Díaz secretario general del PCE hasta 1942, y Dolores Ibárruri, secretaria del PCE entre 1942 y 1960).
En abril de 1938, tras la derrota republicana en Teruel,
Prieto dimitió como ministro de la Guerra. No obstante, Negrín siguió
presidiendo el Consejo de Ministros y asumió el Ministerio de la Guerra,
al tiempo que la influencia del PCE vía Moscú seguía siendo máxima.
Tras su dimisión, Prieto difundió la idea de que Negrín era un delegado
de los comunistas. A ello contribuyeron las buenas relaciones de éste
con el embajador soviético y la nacionalidad rusa de su esposa.
Independientemente de quien difundiera esta idea, una cosa parece
clara: la hostilidad socialista y anarco-sindicalista hacia los
comunistas había crecido considerablemente. Tras la derrota republicana
en la Batalla del Ebro
(julio-noviembre 1938), la Guerra estaba prácticamente perdida para los
republicanos. En marzo de 1939, Negrín fue depuesto por un golpe de
Estado a iniciativa del coronel republicano Segismundo Casado y apoyado
por el sector más moderado del PSOE, encabezado por Julián Besteiro
(véase aquí un artículo defendiéndole, y a Paul Preston y a Ángel Viñas y Fernando Hernández reprobándolo).
Fernando Ramos-Palencia /El País
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Nuevo impulso.net
SANTIAGO CASARES QUIROGA /tomado de Wikipedia
En aquel contexto se le atribuye frecuentemente haber pronunciado la
siguiente frase: «Si los militares se quieren levantar, yo me voy a
acostar».
Cuando en la tarde del 17 de julio la guarnición de Melilla se sublevó, Casares Quiroga inicialmente se mantuvo optimista ante los acontecimientos.
Aquel día, viernes, había reunión del Consejo de Ministros. A pesar de
la gravedad de los acontecimientos, no informó a sus ministros sobre lo
sucedido; no sería hasta pasada una hora,d mientras intervenía el ministro Juan Lluhí, cuando interrumpió en seco la reunión y comunicó al gabinete lo sucedido en Melilla.
Tras abandonar la reunión se trasladó al Ministerio de la Guerra y tomó
diversas medidas; entre otras, ordenó a varias unidades de la Marina de Guerra que se dirigieran a las costas del Marruecos español.
Sin embargo, la rebelión no tardaría en extenderse con éxito al
resto del protectorado marroquí, y al día siguiente —18 de julio— esta
alcanzaría la propia península, tras la sublevación de Sevilla —protagonizada por el general Queipo de Llano—,
de Algeciras y de Córdoba. Casares continuó actuando como si todavía
tuviese el control de la situación. En Madrid y otras capitales las
organizaciones obreras, singularmente la CNT y la UGT,
hicieron peticiones al gobierno para que autorizase el reparto de armas
entre la población para resistir el golpe. Pero Casares Quiroga se negó
rotundamente y llegó a decir: «Quien facilite armas sin mi
consentimiento será fusilado». Dio órdenes en este sentido a los gobernadores civiles. Tampoco se declaró el estado de guerra. En cambio, se decretó la destitución de los generales Franco, Cabanellas, Queipo de Llano y González de Lara, aunque la medida resultaría ineficaz. Exhausto por el rumbo de los acontecimientos, dimitió en la noche del 18 de julio.51
Fue sustituido por Martínez Barrio, al frente de un gobierno que no llegó a tomar posesión, y por José Giral definitivamente.5
José Grial Pereira.- Farmacéutico y químico de profesión, militó en los círculos republicanos. Amigo personal de Manuel Azaña, tras la proclamación de la Segunda República desempeñaría varias carteras ministeriales. Así mismo, fue diputado en las Cortes republicanas. Con el estallido de la Guerra civil
se convirtió en presidente del Consejo del Ministros (19-07-1936 a 4 de septiembre 1937) , autorizando la
entrega de armas a la población. Esta medida contribuyó a que la rebelión militar
fracasara en numerosos sitios, si bien provocó un grave problema de
orden público a las autoridades republicanas. Con el aparato del Estado
deshecho, incapaz de imponer su autoridad sobre las masas
revolucionarias y, al mismo tiempo, de hacer frente a las fuerzas sublevadas, Giral terminaría presentando su dimisión.
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Por qué ayuda Stalin a la Republica (bajo el oro de Moscú) para contrarrectar el avance nazi de Hitler y el fascismo de Mussolini, que apoya a Franco, y Franco le aydua con la División Azul en el frente ruso. Después Hitler perdió la guerra cuando entrandoo en conflicto los nortamericanos, y Franco quedó aislada.