‘El alma en tránsito’, de Rosa Padilla
Casa del Cable
Sala de exposiciones
Av.Marina Española 6, Jávea
Hasta el 23 de abril de 2017
En la Casa del Cable, en Jávea, cerca del mar que ella ha mirado,
vivido y pintado tanto, cuelga su última obra la artista Rosa Padilla
(Valencia, 1949). Esta entrevista tiene lugar semanas antes de la
inauguración en su estudio de Valencia. Es una mañana soleada y la luz
se cuela tamizada en el local en el que –entre botes de pintura,
pinceles, bastidores, cartones…–, descansan ya, apoyados en las paredes,
los cuadros que pronto viajarán a la exposición.
Mientras me va mostrando uno a uno sus lienzos más recientes, nos
sumergimos en una charla que fluye como su pintura; introspectiva,
lírica y serena. Sus palabras traducen el ejercicio previo de reflexión y
análisis de sus propios sentimientos y en su obra, lo esencial se crece
frente a lo anecdótico y en su búsqueda por atrapar y transmitir
visiones que salen del alma, su iconografía más íntima se alía con el
color y emerge espontáneamente componiendo en las telas paisajes a golpe
de trazos evocadores, ritmos, equilibrios y emociones. Brochazos
contundentes, pinceladas enérgicas y firmes irrumpen en sus cuadros
frente a otras más delicadas y sutiles creando composiciones en las que
alegría y belleza comparten, como en la poesía y en la vida, espacio con
el dolor, la rabia y la tristeza.
‘El alma en tránsito’, ¿por qué has elegido este título para la exposición?
Se me ocurrió a partir de leer una frase de Samuel Bresson
relacionada con el proceso creativo que hacía referencia a lo que puedes
transmitir al observador mediante tus obras, el sentimiento de emoción
que a través de un cuadro puedes provocar. Hablaba Samuel Bresson de “el
alma en tránsito” y me gustó porque mi obra no es premeditada sino que
es una obra creada a partir de rasgos emocionales, directa y que intenta
expresar mis vivencias.
¿En qué momento pictórico te encuentras?, ¿cómo te has enfrentado al reto de llevar a cabo esta exposición?
Creo que es un buen momento después de haber superado etapas de mi
vida bastante difíciles donde la enfermedad ha tenido un protagonismo
importante y ha hecho que me detuviera en varias ocasiones impidiéndome
desarrollar algunos proyectos. Ahora tengo más tiempo, más energía y los
años te dan un bagaje desde el que puedes reflexionar y analizar lo que
has hecho, corregir errores y analizar la evolución de tu trabajo.
Todas las experiencias son importantes, tanto las buenas como las malas,
de todas se aprende y todo conforma un “legado vital” que es lo que
realmente se transmite.

Imagen de una de las piezas presentes en la exposición. Fotografía cortesía de la artista.
Esta nueva etapa vital se refleja en tus últimos cuadros en
los que la pintura se ha desprovisto de capas, se ha hecho más etérea,
más ligera y luminosa…
Sí, es que la vida y la pintura están estrechamente relacionadas.
Personalmente también me he desprendido de muchas cosas materiales. Si
realmente lo que más queremos son las personas y… ¡es inevitable que
vayan desapareciendo! Cuando perdí a mi madre tuve una sensación de
claridad acerca de lo material que nunca olvidaré, cualquier problema me
parecía minúsculo comparado con su ausencia. En la pintura también se
refleja ese afán de eliminar lo superfluo y atrapar la luz, lo esencial.
Has sido siempre muy coherente en tu trayectoria artística,
has seguido siempre un estilo que te identifica perfectamente, ¿te
sientes cómoda cuando definen tu obra como “abstracción lírica”?
Sí, porque es una abstracción del paisaje que me rodea y lírica
porque de alguna manera narra mis emociones, las cosas que veo a través
de mis sentimientos en una labor de introspección. Realmente me
considero fiel más que a un estilo a una forma de hacer, pienso que cada
un tiene su propio lenguaje y es en el que se debe profundizar, pulir y
evolucionar sin perder nunca la curiosidad y el interés por seguir
indagando nuevas propuestas.
No se puede hablar de tu obra sin hablar de mar, ¿siempre ha sido así?, ¿concebirías vivir lejos del mar?
Me sería realmente difícil. Bueno, cuando era muy pequeña veraneaba
en un sitio de montaña, en La Cañada, hasta los doce o trece años, pero
como a mi padre le gustaba el mar y le encantaba pescar siempre nos
escapábamos a El Saler, a El Perelló, o algunas noches al Puerto donde
“tiraba las cañas” mientras mis hermanos y yo cogíamos gambas. A veces
íbamos unos días a Tavernes de la Valldigna donde teníamos familia. En
La Cañada pasábamos temporadas porque veraneaban sus amigos pero nunca
quiso comprar nada allí, siempre alquilábamos. Cuando un día conocimos
Moraira, mis padres dijeron: “aquí sí” y fue cuando adquirieron el
terreno e hicimos una casa y ya se convirtió en nuestro destino. Luego,
cuando conocí a Moncho, mi marido, ya fue “mar adentro”, porque él es un
amante de la navegación y me contagió esa pasión. Al principio pasaba
mucho miedo en el barco…
…y ahora te has convertido en una experta marinera.
Es muy bonito, me llena de sensaciones especiales, en varios de mis
cuadros reconozco la costa vista desde el mar, muchos horizontes,
amaneceres, puestas de sol…
En algunas de tus últimas exposiciones en el Museo del Ruso de Alarcón, en Doce Islas… pudimos ver algunos collages
que reflejaban paisajes más introspectivos, ligados a tu familia o a
estados de ánimo relacionados con momentos vividos felices y también
dolorosos.
Eran trabajos de mesa, dibujos y
collages. Me gusta hacerlos
porque ahí no sueltas de golpe la expresión sino que son más meditados,
más íntimos y es otro tipo de técnica porque es muy diferente trabajar
sobre el papel que trabajar sobre la tela. Los formatos también
condicionan mucho, el formato grande te permite accionar de otra manera,
el formato pequeño te recoge y te invita a probar técnicas, componer.
Me gusta mucho utilizar el
collage, me abre un mundo de posibilidades.
Han escrito textos sobre tu obra importantes críticos como
Juan Ángel Blasco Carrascosa, Rafael Prats Rivelles, Wences Rambla,
Francisco Agramunt…, también el gran pintor Michavila, ¿crees que en
general se ha entendido bien tu obra o que hay aspectos de los que aún
no se ha hablado?
Guardo esos textos como tesoros. Sí, puede ser que falte profundizar,
decir algunas cosas. Yo también he ido madurando con los años y
afianzando paso a paso mi trabajo.
¿No te has sentido nunca dirigida, ninguna galería o marchante ha intentado marcar tu trayectoria?
Nunca he tenido marchante, llevo muchos años con Galería Thema, casi
desde sus inicios, su directora y yo somos amigas y alguna vez me ha
dicho que le gustaba una etapa más que otra pero mi evolución es mi
evolución aunque eso signifique vender menos. Nunca podría pintar algo
que no surja de la más absoluta sinceridad, a veces da vértigo no saber
qué puede pasar pero ahí está la emoción y la magia. Me siento
completamente libre haciendo lo que hago y hago lo que me gusta, procuro
estar informada, visitar exposiciones, ferias y museos, es necesario
conocer las tendencias y lo que hacen los artistas, todo aporta y
enriquece.

Imagen
general de la exposición ‘El alma en tránsito’, de Rosa Padilla,
comisariada por Marisa Giménez. Fotografía cortesía de la Casa del
Cable.
¿Qué importancia ha ejercido en tu obra el pintor Joaquín Michavila?
Joaquín Michavila fue mi profesor en la asignatura de Dibujo
Decorativo cuando estudiaba Bellas Artes en San Carlos. Guardo un
cariñoso recuerdo y una profunda admiración como profesor, artista y
persona. Escribió un texto para una de mis primeras exposiciones.
Siempre he sido admiradora de su obra que sin duda ejerció una gran
influencia en mis primeros pasos hacia la abstracción.
Además de Michavila, ¿qué referentes tienes?
Otros referentes fueron los pintores del grupo El Paso que
configuraron la vanguardia española de posguerra, Manolo Millares,
Antonio Saura, Manuel Viola etc. El Museo de Arte Abstracto de Cuenca,
iniciativa de Fernando Zóbel, fue uno de los lugares fetiche en mi
recuerdo.
¿Sigues en contacto con compañeros de Bellas Artes?, ¿tu vida se mueve en ambientes artísticos?
Durante años no he tenido la suerte de tener a mi alrededor gente
ligada al mundo del arte. Iba más por libre. Ahora, sin embargo, estoy
en un grupo en el que disfruto, compartimos muchas inquietudes
artísticas, muchos momentos buenos, mucho cariño. La verdad es que de mi
generación salió gente interesante pero cada uno después de la carrera
tiró por su lado. Sí conservo contacto con un grupo de compañeros
capitaneados por nuestra querida amiga Francisca Lita Sáez. Hace unos
años compartí un periodo interesante con la galerista y amiga Pilar
Marcellán, la pintora Helga Dietrich y la ceramista y escultora Marisa
Herron, juntas visitábamos exposiciones, viajábamos a Madrid para ver la
feria de Arco y nos reuníamos periódicamente. Fue una etapa bonita pero
por unas cosas u otras fuimos poco a poco dejándolo.
Con la artista Marisa Casalduero también tuviste mucha
amistad. En el 2015, al cumplirse dos años de su muerte, vuestra obra
compartió espacio en una bonita exposición en Moraira…
Sí, con Marisa Casalduero tuve mucha amistad, la conocí siendo alumna
mía en el colegio donde yo daba clases de dibujo. Cuando terminó la
carrera vino a decirme que había acabado, recuerdo ir a su primera
exposición, procuraba acudir cada vez que me llamaba. Había mucho cariño
entre nosotras, mucha conexión, nos gustaban las mismas cosas. La
culminación fue la exposición que hicimos en Moraira, lugar tan querido
por las dos, pero unos años antes hubo una casualidad que nos unió más;
un día viniendo de Moraira me suena el teléfono y era ella para decirme:
“Rosa, ¡que tu hijo sale con mi sobrina, que somos familia! A raíz de
ahí, retomamos el contacto, nos veíamos más, hablábamos por whatsapp,
que entonces empezaba a utilizarse, y quedábamos para ir a ver las
exposiciones en El Carmen, en el IVAM, disfrutábamos mucho. En esa época
conocí a varios de sus amigos que hoy lo son también míos. Otras de mis
alumnas también artistas a las que tengo un especial cariño son
Cristina Alabau y Rocío Villalonga.
Tus años como profesora, ¿qué aportaron a tu formación como pintora?
Mucho, el trabajo me obligaba a reciclarme año tras año. Tuve que
ponerme las pilas, por ejemplo con el dibujo técnico que no me gustaba
nada. Empecé queriendo enseñar y transmitir lo que yo más dominaba, el
dibujo artístico. Yo quería enseñar a dibujar, incluso a las que no
sabían dibujar, y buscaba los procedimientos para que de alguna manera
pudieran disfrutar aprendiendo. Aparte, me sirvió para documentarme
mucho, fue cuando empecé a ir a Cuenca, a buscar en libros, a estudiar
las vanguardias, la Bauhaus que me interesaba mucho, quería contar a mis
alumnas todo aquello que a mí no me habían enseñado, todo eso que yo no
había vivido. Poderlo transmitir y hablarles de lo importante que era
la creatividad, el poder desarrollar ideas, expresarse con libertad.
En el año 2009, mostraste tu obra en una gran muestra en La
Gallera titulada “La magia de lo casual”, ¿qué supuso para ti esta
exposición?
Pues absolutamente supuso una motivación, porque cuando estás
transmitiendo, lo que quieres es que tu obra llegue al máximo número de
gente o al menos que se te dé cobertura, que la gente lo pueda ver, que
te conozcan. No tanto que se te reconozca como que se te conozca, el
reconocimiento vendrá o no, pero sí, fue fundamental para mí, cuando
expuse en La Gallera ya tenía 52 años y era la primera exposición
realmente importante que yo hacía en toda mi carrera y llevaba pintando
desde los veinte años, empecé la carrera con 16 años y mis primeras
muestras las hice mientras estudiaba.

Un
instante de la inauguración de la exposición ‘El alma en tránsito’, de
Rosa Padilla, comisariada por Marisa Giménez. Fotografía cortesía de la
Casa del Cable.
¿Crees que muchas veces las instituciones valencianas se
olvidan de artistas comprometidos con su obra que llevan trabajando
tantos años?
Pues, yo creo que sí, pero a veces es estar en el lugar idóneo,
conocer a la gente adecuada. Yo no culpabilizo solamente a las
instituciones, yo pienso que hay gente que tiene más oportunidades
porque se maneja mejor en esos ambientes, tiene más facilidad. Yo
quizás, en ese sentido, he estado más alejada, más apartada y a veces
cuando he querido solicitar esos espacios institucionales, el
procedimiento era complicado, no lo ponían fácil. Ahora con las nuevas
tecnologías, piden presentar todo en unos formatos en los que a veces yo
me pierdo, menos mal que cuento con la ayuda de amigos, como en este
caso la de Juanra Bertomeu que me facilita tanto las cosas. Me acuerdo,
hace años, que para participar en concursos tenías que prepara unos
dosieres que para mí suponían un esfuerzo. A mí que me pidieran meterme
un mes en un cuarto a pintar murales o a hacer lo que sea, pero manejar
el ordenador… A esa burocracia, a ese papeleo, se refería una artista,
creo que Rebeca Plana, cuando decía que a veces a los artistas para
llegar a algún sitio nos hacen hacer casi una oposición. Eso y la
competitividad que hay a veces te desmotiva.
A lo largo de tu carrera, ¿te has sentido arropada por tu entorno, por tu familia?
Sí, siempre me apoyaron. Yo desde muy pequeña siempre estaba con un
lápiz en la mano, me pasaba horas dibujando, además tenía un déficit
atencional –lo descubrí décadas más tarde– y a mí en esa época eso me
acomplejaba y pensaba ¿por qué me cuesta tanto estudiar? Y claro, ese
complejo se me iba, se me diluía, con los buenos resultados en dibujo
–sacaba matrículas–, en el colegio me encargaban hacer los murales… Mis
padres vieron pronto que tenía facultades y a los diez años me apuntaron
a clases particulares en el piso en el que enseñaba la misma profesora
del colegio, allí empecé a pintar mis primeros cuadritos, copias al óleo
…y después me matricularon en Barreira en verano, cuando acababan las
clases. Yo vivía en la calle Salamanca y Barreira estaba muy cerca, en
la Gran Vía. Luego, la casualidad hizo que años después fuera compañera
de Vicente Barreira y de su mujer, Esperanza, en la carrera de Bellas
Artes.
Yo no he estado rodeada de personas que fueran entendidas, de gran
cultura artística. Mi familia y mis amigos han pertenecido a otro mundo
pero siempre les ha gustado, han entendido y apoyado mi trabajo, –no les
ha quedado otro remedio, no han sido muy objetivos… –. La ayuda de
Moncho, mi marido, ha sido fundamental para mí. Recuerdo, hace tiempo,
cuando expuse en Luxemburgo, que nos alquilamos una furgoneta, cargamos
los cuadros y allá que nos fuimos. Siempre viene conmigo, me ayuda a
colgar, siempre para arriba, para abajo. No le ha importado nunca que yo
me pasara el tiempo que fuera metida en el estudio pintando.
Tienes dos hijos y cinco nietos, ¿ves a alguno de ellos siguiendo tus pasos?
Sí, a mi nieta Laura, es idéntica a mí. Me identifico muchísimo con
ella. Le encanta dibujar y lo hace muy bien. Con seis años compone
cuentos en tres dimensiones recortando y pegando materiales. Tiene
muchísima imaginación.
Tras esta exposición, ¿cómo ves el futuro?, ¿cuáles son tus próximos retos?
Voy a experimentar un momento de cambio, nos vamos a vivir a Moraira.
Si antes vivíamos aquí e íbamos mucho a Moraira, a partir de ahora
Moraira será mi casa pero seguiré viniendo a la ciudad porque lo que
tengo aquí no lo voy a dejar. Ahora que por fin he encontrado gente con
la que comparto gustos, que conectamos tan bien, que hacemos tantos
planes juntos… eso no lo quiero perder. Esos lazos son importantes. Mi
rutina variará, el estudio de Valencia, en el que he trabajado siempre
tan a gusto, pasará a ser básicamente almacén y el estudio de Moraira
tendrá todo el protagonismo. Espero que esta nueva etapa sea fructífera,
me enfrento a ella con ilusión.

La artista Rosa Padilla y la comisaria Marisa Giménez durante un instante de la entrevista. Fotografía cortesía de la artista.
Marisa Giménez