ARTICULOS DE OPINION


Revista digital de arte, cultura y opinión en Alicante. Enlace con POESIA PALMERIANA. En estas páginas no podemos estar ajenos a lo que pasa en España ni en el mundo. Dirigida por el escritor, poeta y pintor Ramón PALMERAL. Los lectores deciden si este blog es bueno, malo, o merece la pena leerlo. El periodismo consiste en decir lo que a algunos no les gustaría leer.

martes, 26 de febrero de 2019

Panorámica del Castlllo de Santa Bárbara (Alicante)




11.- Castillo de Santa Bárbara (de mi libro "Robinsón por Alicante" de venta en Amazon

Alicante eres una ciudad de clima acogedor que recibe a la gente  con  amistad y manos abiertas, corazón de piano, y tu alma mora queda prisionera en el castillo de Santa Bárbara. Desde lo alto del vértigo de este castillo flotante y enfermo de luz levantina, podría arrancar a volar, deseo lanzarme en suave parapente sobre el barrio de Santa Cruz, la Catedral de San Nicolás de Bari, el barroco edificio del Ayuntamiento y aterrizar con garras de gaviota en la explanada del puerto, esa herida abierta escoltada de barcos que son embajadores pidiendo asilo de otros mares a los que nunca he ido...
Una vez abajo, veo la misteriosa y gigantesca esfinge natural que he bautizado como Juan el Pétreo. Mi amigo Algazel me dice que el castillo de Santa Bárbara  fue conquistado Alfonso de Castilla, futuro rey Alfonso X el Sabio, lo tomó a los árabes el 4 de diciembre de 1248, festividad de la Santa. Flota sobre el monte Benacantil o Banu'l-Qantil por el geógrafo musulmán Al-Idrisi (siglo XII), hay historiadores que datan el origen del topónimo en las palabras bena, de  la raíz  árabe de pinna, “peña” en latín, y de laqanti, adjetivo que proviene de Laqant, Alicante para los árabes.
Al castillo le circunda un lazo de carretera que, escondida entre un ejército de pinos carrascos y raídos encinares que resisten al fuego  y a las sequías,  nos conducen a un parking gratuito, desde donde las vistas nos ilumina el monte de la Sierra Grossa y la Albufereta  que es Venus a la orilla del mar.
En la puerta del castillo, sobre el lienzo de la muralla nos saluda el escudo en mármol de la ciudad. Pasado el rastrillo nos encontramos con el patio de armas y el salón de Felipe II, lugar de encuentros culturales y conmemorativos, donde los poderosos muros te hacen sentir seguro de los ataques franceses en la Guerra de Sucesión (1709).  Si eres capaz de llegar arriba con dignidad, son merecedoras de admirar las garitas de labradas y ajustadas piedras colgantes al muro de donde se ven flotar gaviotas.
 Una plaza fuerte con vistas al mar y al puerto, refugio de yates y buques de mercancías. Hay un ascensor, bendita ilusión, y  unos puestos de souvenir. Pero sin duda tiene mucho más: salones nobles, galerías, cañones para la inolvidable foto del recuerdo.
Y como si el águila de mis ojos quisiera fotografiar todo el panorama imposible y certero, escalo el pináculo de una garita colgante apretada de piedras por la coracha y doy el triple salto mortal del trapecista sin red, deseando que me salven los rojos y acolchonados tejados de la ciudad acogedora.

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