“Mis obras son exorcismos que traducen el dolor en algo positivo”
SUSANA GUERRERO, artista contemporánea y doctora en Bellas Artes por la UMH.
Por JOSÉ FILIU /Hoja del lunes de Alicante
La escultora y grabadora, Susana 
Guerrero (Elche, 1972), exhibe el fruto de su talento en la Sala de 
Exposiciones Temporales del Museo de Arte Contemporáneo de Elche (MACE) 
bajo el nombre de ‘El mal en mí’; retrospectiva de más de un lustro de 
claroscuros vitales. Del 29 de marzo al 15 de julio de 2019, las 
instalaciones de la plaza de San Juan invitan a aproximarse a la magna 
expresión de la vanguardia bajo el estilo y enfoque particular de una de
 las autoras ilicitanas más internacionales del presente, y cuyas 
propuestas han recorrido galerías, museos y centros culturales del 
continente europeo y americano.
—Comenta
 que ‘El mal en mí’ es “trabajo con y desde las entrañas”, y que, como 
en toda su carrera artística, posee una alta carga autobiográfica. ¿A 
qué alude exactamente?
—Al
 mal en mi interior. A veces hay cosas que se detienen dentro de uno, 
cierta tristeza que no hay manera de arrancarla. A todos nos ha pasado, 
en algún momento, sentirnos paralizados y no saber cómo despojar ese 
lastre de dentro. Yo lo hago mediante el arte. Tejer cables duros de 
camión, con agujas de molde, me reconforta.
—Hasta
 julio, la Sala de Exposiciones Temporales del MACE acoge una parte 
significativa de sus últimos siete años. ¿A qué etapas corresponden y 
cómo valora el espacio museístico?
—A cuatro series: ‘¡No me cortes la 
cabeza!’, sobre diosas mitológicas que les cercenan la testa y 
sobreviven, dando la muerte paso a la vida sanando sus heridas con 
mirra. ‘Leche negra, manantial de muerte’, que es, básicamente, la 
narración de cómo a los siete días de nacer mi hijo Ulises, de un susto,
 perdí la leche materna y provocó su grave deshidratación. ‘La madre y 
el tiempo’, sobre los cambios que implica el nacimiento de un hijo en el
 físico de la progenitora y el tiempo, que deja de pertenecerle. Y ‘La 
desollada’, con estómagos y órganos negros atravesados por pinchos e 
ideados desde la perspectiva de estar desollada y a la vez limpia y 
fuerte. Las esculturas ‘La desollada’, ‘El mal en ti’ y ‘El mal en mí’ 
—que da nombre a la exposición— es como si arrancáramos nuestra piel 
cual jersey, tirando de los intestinos y quitando las vísceras de las 
entrañas, dejando vacío el interior.
Del MACE me agradan los techos altos de 
la planta baja, las piezas son otras y se pueden levantar, tener altura y
 casi es posible pasar por debajo de ellas. Diferente respecto a cómo 
han aparecido en otras exposiciones. ‘La Mare dels Peixos’ planta cara a
 los visitantes al entrar.
—De
 hecho, existe esa oscuridad en su obra, con sangre, vísceras, 
decapitamientos, desollamientos, sufrimiento… aunque al final se torna 
luminosa, siendo fuente de vida y energía. ¿Por qué buscar la 
inspiración y la expiación a través del dolor?
—Lo del dolor me di cuenta hace poco, 
conversando con mi amiga Nieves. Fui consciente de que el hilo conductor
 de todo mi trabajo, a lo largo de toda mi trayectoria, había sido el 
dolor. Y creo que es bueno hablar de él y de lo que tenemos dentro. Mis 
obras son exorcismos que traducen el dolor en algo positivo. Porque a 
todos nos han sucedido reveses, pero puedes quedarte “ahí” atrapado o 
usar y transformar ese dolor.
—Sus
 creaciones se erigen en torno a tres componentes: la mitología 
(leyendas, supersticiones, chismes…); la genealogía de los materiales y 
el proceso de construcción; y, la antropología de la experiencia propia.
 ¿Cómo surgió la inquietud por fusionarlos?
—Estuve doce meses becada en Grecia, y 
la universidad tenía anexos en los mejores emplazamientos. Los 
estudiantes viajábamos a ellos y leíamos en voz alta libros con los 
mitos de esas ubicaciones, muchas de ellas telúricas. Luego estuve 
becada tres años en México. Si Grecia me abrió los ojos a la mitología, 
México me pateó y revolcó por él, me enseñó a trabajar con la genealogía
 de los materiales y con lo que no se ve. Después enlacé ambos elementos
 con mi cotidianeidad.
—No obstante, esos mitos acaba reinventándolos…
—Podemos inventarnos lo que queramos. 
Por ejemplo, todos saben quién es Medusa aun ignorando el origen de su 
grotesca apariencia. Fue una sacerdotisa violada por Poseidón y, por 
ello, castigada por Atenea convirtiéndola en el ser que conocemos. Es lo
 más terrorífico que se le puede hacer a una persona: monstruificarla y 
condenarla a la soledad. Entonces, empecé con ella: restauré el vigor de
 sus cabellos, su cuerpo y le puse mirra como representación de la 
regeneración de tejidos, para así tratar de alterar su destino. Y 
confeccioné una armadura para protegernos a las dos. Todo muy simbólico.
 Si me desuello, muero; en mi obra, no. Como Medusa y el resto de diosas
 decapitadas de ‘¡No me cortes la cabeza!’, que están vivas.
—Y antes ha mencionado que México le enseñó a trabajar con “lo que no se ve”.
—Lo más valioso que aprendí del país fue
 a entrar en contacto con lo que no se ve, y eso es lo que hago al 
emplear la carga poética y simbólica de los materiales: su composición, 
el sitio y el tiempo de recolección, cómo lo trabajo y la realización de
 la pieza a modo de ritual. Nadie sabe de dónde lo he cogido, el proceso
 de fabricación ni que me levanto por las noches con dolores… Todo eso 
es lo que no se ve, y es crucial para mí. Un conjunto de pequeños ritos 
que utilizo en mi obra y a diario. Y cuando se reside en otro punto, un 
método de reencontrarse con un lugar es disponer de lo que ofrece la 
zona. En Elche he trabajado con goma y pieles de calzado, espinas de 
palmera datilera y con palma blanca. Y estoy elaborando un abrigo con 
aleluyas.
—Siempre relata que se decantó por el arte contemporáneo de forma muy natural.
—Desde pequeña he construido cosas. Y en
 casa, mi abuelo, padre, madre y hermana, aparte de sus oficios, también
 trabajaban con las manos distintos materiales: esmaltes, madera, 
fragua, tejidos… por lo que, digamos, el entorno ayudó y quise ser 
artista. Al acceder a la Facultad de Bellas Artes de la UPV me incliné 
por la escultura y el grabado más rompedor.
—Además
 de artista es profesora de grado y máster en la Facultad de Bellas 
Artes de la UMH, en Altea. ¿Difícil conciliar ambas facetas?
—No, para nada. La academia no ha 
supuesto freno a mi creatividad, Bellas Artes no es así. Lo único es 
que, en ocasiones, es complicado cuadrar horarios al tener exposiciones 
fuera. Es vital que existan artistas profesionales y que sean docentes. 
Igualmente, me alimento mucho de la labor en el taller con mi alumnado. 
La verdad es que me siento afortunada de impartir clases.
—¿Y
 cuál es su opinión del continuo cuestionamiento que sufren los artistas
 y el arte contemporáneo? Se escucha demasiado aquello de que “eso” no 
es arte auténtico, que las instituciones no deberían prestarle atención,
 que lo hace cualquiera…
—No creo que cualquiera pueda. En 
España, el arte es poco apreciado, y este va progresando a lo largo de 
la historia. No tendría sentido que concibiésemos las mismas esculturas 
de hace cinco siglos. ¿Imaginas que el arte se quedara estancado 
mientras la sociedad avanza? El arte es un aglutinante de lo que sucede 
alrededor. Aunque sí hay piezas que precisan de información y debería 
proporcionarse para una mejor comprensión. Tal vez el arte contemporáneo
 esté demasiado encerrado en cajas blancas, en museos, cuando tendría 
que estar más abierto al público y con presencia en la educación 
primaria.
—Asimismo,
 en una sociedad que vira hacia el pragmatismo y la tecnificación, 
aflige observar cómo se pone en duda la importancia de estudios como 
Bellas Artes.
—Bellas Artes es un grado que abre 
mentes y promueve la reflexión tanto en lo personal como en lo laboral. 
Un artista puede ser autodidacta, claro que sí. Luego la carrera no es 
solamente para ser pintor o escultor sino para diversos tipos de 
perfiles. Un egresado en Bellas Artes que diseñe webs compondrá, 
aplicará el color y pensará en fundamentos que alguien que haya 
estudiado programación pura y dura desconocerá.
—Su
 extenso currículum atesora becas, estancias, docencia, exposiciones y… 
premios. ¿De todos los galardones obtenidos, cuál recuerda con especial 
devoción?
—Uno al que le tengo cariño es al primer
 puesto que logré en el Concurso Nacional de Escultura Villa de Leganés,
 en 1997. El premio consistió en la ejecución de la obra ‘La cama de 
José’, de ocho metros y perteneciente a la serie ‘¿Cómo te gustaría que 
fuese tu cama?’. José, que era alumno de un colegio de niños con 
problemas en el que colaboraba, quería una cama alta para llegar al 
techo. Él murió en un accidente y, un año después, mi propuesta ganó, la
 hicimos y ahora ‘La cama de José’ se encuentra en el Museo de Escultura
 de Leganés.
